Elsa y Fred
Comentarios por Adriana Prengler (2009)
Elsa y Fred (2005) Es una película argentina que cuenta la historia de dos personas mayores de 80 años. Fred, un hombre tradicional, serio y solitario enviuda y por petición de su hija se muda a un apartamento más pequeño, donde Elsa, una mujer entusiasta y divertida resulta ser su vecina. Se conocen por un hecho que les hace acercarse, comenzar una amistad y enamorarse. En la última etapa de la vida también esto puede ser posible. Dirección y guión: Marcos Carnevale. Guión: Marcela Guerty y Lily Ann Martin. Elenco: China Zorrillo (Elsa), Manuel Alexandre (Fred), Blanca Portillo (Cuca), José A. Egido (Paco).
La película comienza con una breve presentación de cada personaje, dándonos una idea de quién es quién. Primero nos presenta a Cuca, la hija de Fred, a quien todo le viene mal, no encuentra placer en ningún lado, llena de amargura, controladora, rígida y castradora. Cuca nos introduce, sin darnos cuenta, en el tema del tiempo, cuando reclama en su conversación telefónica, “¿Cree que tengo todo el tiempo del mundo para perderlo con usted?”.
Acto seguido aparece Elsa que contrasta con Cuca, por cuanto disfruta, todo le viene bien, goza cada segundo de su vida. Para ella nada es grave, es fresca, espontánea, indiscreta, vivaz, simpática, fantasiosa, creativa, transgresora y mentirosa. Aún enferma, se dispone a disfrutar de las cosas más sencillas: el placer de una ducha caliente, o una canción en alto volumen mientras conduce su auto.
Luego nos es presentado Fred, a 7 meses de haber enviudado, triste y taciturno, en pleno duelo. Se muestra inicialmente como anestesiado, pasivo, solamente se permite una cierta expresión de afecto con su perro Bonaparte. Deprimido por su reciente pérdida, pero quizás deprimido mucho antes, aunque no se haya dado cuenta… Su vida hasta ahora fue ordenada, sin pasiones, sin una travesura, pero con el confort y la estabilidad que otorga una vida rutinaria y sin sobresaltos. Goza de salud pero toma pastillas para todo, como si estuviera al borde de la muerte.
Fred fue convencido por Cuca de mudarse a un nuevo departamento, lo cual constituye para él un cambio muy difícil, ya que lleva implícita la resignación de su nueva condición de vida, su viudez y el hecho de que, al estar solo, necesita un departamento más pequeño. Pero Cuca, con poca empatía y lejos de conectarse con el duelo de su padre y acompañarlo en su sentimiento, se pone a discutir con su marido por los faros chocados del auto, sin percatarse del momento tan difícil e importante que está atravesando su padre al dar sus primeros pasos en este nuevo hogar, nueva situación de vida, tras la muerte reciente de su mujer. Solamente Javier, el nieto, asume el papel de quien tiene sentido común, y es comprensivo; le pregunta a su consternado abuelo: “¿Qué te parece el nuevo departamento?” a lo que Fred responde con indiferencia: “Bien, bien”.
Fred hubiera podido fácilmente hundirse en su depresión y su soledad, pero se topa con Elsa. Ella, acostumbrada a jugar, a intimar, a expresarse, no se guarda nada para sí misma, no se queda con las ganas de hacer o de enunciar lo que siente, juega con sentido del humor y fantasía. Ella no tiene tiempo que perder,…está lista para vivir mientras pueda.
“¿Cómo era tu mujer?”, pregunta Elsa. “Ordenada, organizada”, responde él, como si eso fuera lo que le quedó de esa relación de tantos años, como si nunca antes se hubiera detenido a pensar qué era lo que había entre ellos. Fred, opaco, como ella lo describe, triste, apagado de toda la vida, deprimido, con poca vida a pesar de su salud. No se ha reído mucho, sin vivir un desliz o una travesura. “Estás a tiempo de reírte”, le dice Elsa, fresca como una adolescente, pero con la sabiduría que le dan los años, la espontaneidad y el apuro de alguien que se sabe con poco tiempo. Él, saludable, vivo pero lleno de muerte. Ella, enferma, medio muerta pero llena de vida.
Ella es fantasiosa e inventa y acomoda todo a su conveniencia. Miente con la edad, miente con el choque del coche, inventa que el marido está muerto, se escapa del restaurante sin pagar, transgrede los límites, pero sin embargo, no nos cae mal, como pasaría con cualquier personaje mentiroso y transgresor…¿Por qué toleramos sus transgresiones y hasta nos resultan simpáticas, y quisiéramos que ella pueda hacer todo lo que quiera? Quizás es porque sabemos que va a morir y quisiéramos darle permiso a que haga lo que tenga ganas, pero quizás también, el saber que en el mejor de los casos, todos llegaremos a viejos. Nos da un cierto placer la manera en que Elsa transgrede la ley de la vejez; esa ley tácita que asevera que los viejos deben archivarse a sí mismos y esperar, sin ilusiones, la muerte. Esa ley tácita que nos hace pensar que en la vejez ya es tarde para todo. Pero Elsa, por el contrario, nos hace sentir que para vivir nunca es tarde, que hay esperanza y oportunidades, siempre que no las dejemos pasar.
Entonces la transgresión de Elsa es también la transgresión del tiempo inexorable, y es lo que parece atraernos: es como si ella también transgrediera la creencia, para algunos certeza, de que los viejos no disfrutan, no tienen ilusiones, no viven. Ella nos muestra que los viejos, sin importar en cuál lugar del fin del camino se encuentren, tienen todavía oportunidad de vivir y disfrutar, de cumplir sueños e ilusiones si se lo permiten. Pero obvia- mente, llega el momento en que resulta inevitable el enfrentamiento con el límite: Fred va a buscar a Elsa al café y la ve salir del hospital. Se confronta entonces con la realidad ineludible de la enfermedad de Elsa, que ambos necesitaron negar hasta ese momento.
Vuelve del hospital, luego de la diálisis. Dentro del baño, ella se mira en el espejo y se dice a sí misma: “Hello, stranger, hola extraña”. Le cuesta reconocerse a sí misma, en ese cuerpo viejo y enfermo que le es ajeno, cuando aún se siente adolescente. En esta parte de la película contactamos con el límite, el fin, la muerte. Fred, comprensivo, le ofrece un té, quizás algo calentito con que abrigarla…y ella pide a cambio un abrazo, un pedido coherente con esta realidad que le amenaza, pero que ahora se hace más tolerable, al ser compartida con él.
Fred se anima a salir de su guarida y le da un destino a su dinero distinto del previsto; compra unos pasajes a Roma. Decide invertir en un proyecto propio y para su presente, en vez de obligarse a ceder ante la presión de su yerno y de su hija, para el supuesto futuro de ellos. Pero esta reacción, toca un núcleo afectivo de Cuca, quien por vez primera se muestra más relajada, capaz de ver la necesidad del otro más allá de la suya propia. Ella finalmente, también tiene sensibilidad. Entonces dice: “Tiene razón papá, que invierta en su felicidad”, mostrando una nueva faceta de alguien que probablemente comience ahora a cuestionarse, aún siendo joven, qué quisiera hacer ella con su vida y se anime a decirle al marido que si quiere tener un negocio, busque hacerlo por sí mismo, como si ella necesitara revalorizarlo para poder seguir a su lado. Quizás la movilización de sus afectos al contactar con el deseo de vida de su padre, la ayude a abandonar su actitud hostil, con la que parece defenderse de una profunda tristeza e insatisfacción.
Fred trae a Elsa de regalo los pasajes a Roma. Él comprende que tal como Elsa le ha prometido, está a tiempo de reírse, de enamorarse, de vivir un amor tardío, pero no por eso menos emocionante.
Elsa sabe que algunas cosas no tienen precio, como esa cena romántica que decidió no pagar, o la ilusión de llevar a cabo su sueño de juventud, repitiendo la escena de la Dolce vita, donde la pareja Anita Ekberg y Marcello Mastroianni, dirigidos por Fellini, se bañan en la Fontana di Trevi. Y aquí está Fred, con pasajes en mano, haciendo posible este sueño…, haciendo posible que Elsa, la mujer joven y hermosa, enamorada, rodeada de un halo de magia, logre, así como la actriz de Fellini, detener el sonido de la caída de agua de la fuente, en medio de un beso de amor entre ella y su amado Marcello…o Fred…
Y así sucede, como en su sueño: la escena transcurre en silencio, con el sonido de la fuente detenido, como si el tiempo quedara congelado por un momento y el mundo fuese solo para ellos dos.
Es la fantasía de que el tiempo no transcurre, que otorga la ilusión de infinitud, donde lo único en el mundo son Elsa y Fred. El mundo se detiene para el amor…momento inolvidable.
Destruimos el tiempo, lo gastamos desde que comenzamos a usarlo. Lo que importa no es que lo usamos, sino cómo lo hacemos. ¿Cómo lo hace Cuca?, ¿cómo lo hace Fred?, ¿cómo lo hace Elsa? ¿Qué es lo importante para cada uno? Elsa dice: “Tanto lío por unos faritos de nada…” ¿Cuánto tiempo perdemos en lo que no es importante…?
Esta película nos induce a preguntarnos, ¿qué es lo que queremos, qué es lo importante?, ¿en qué invertimos nuestro tiempo finito? El anciano conoce los límites y observa el paso del tiempo. Pero el infante tiene la vivencia de un tiempo que no transcurre, lo que le hace vivenciarse a sí mismo como eterno, deseando ser grande y crecer pronto, mientras el tiempo se le hace interminable.
El tema del tiempo queda ilustrado en el popular cuento de hadas de Peter Pan, personaje para quien el tiempo no transcurre. Ni el límite, ni la separación, ni la muerte, logran alcanzar a Peter Pan, ya que el tiempo no parece haberse inscrito en su espacio psíquico, por lo que habrá de ser un niño para siempre.
Pero en este cuento, la contraparte del personaje de Peter Pan es un cocodrilo que hace años arrancó de un mordisco la mano al capitán Garfio y se tragó su reloj, y ahora no deja de hacer alarde de su tic-tac desde su estómago, obligando a quien se le acerque, a escuchar el sonido del paso del tiempo que transcurre sin tregua. Ese incesante e ineludible tic-tac marca la conciencia por el límite, la angustia por la pérdida y el acecho de la muerte. Desde entonces, el cocodrilo persigue al capitán Garfio para comerse lo que resta de él, amenazándolo con el imperecedero sonido del reloj, que denuncia y advierte que todo llega a su fin.
El tiempo se inscribe en la psique, imponiéndole límites. Ya no hay marcha atrás; comenzamos a gastar el tiempo que tenemos disponible más allá de nuestro deseo de invertirlo, guardarlo o dejarlo para más tarde. El tiempo comienza a transcurrir de manera inevitable e irreversiblemente, sin detenerse ni por un instante, por mucho que lo deseemos. Parece estancarse algunas veces y otras, pasa tan velozmente que nos asombra encontrarnos de repente al final del camino.
¿Qué nos pasa con el transcurrir del tiempo? Grinberg, en su libro Identidad y cambio (1980), se pregunta ¿Cómo es posible conciliar el ser (lo permanente), con el cambio? Afirma que la capacidad de recordarse en el pasado y de imaginarse en el futuro, hace que la persona se reconozca como la misma a lo largo del tiempo; la misma que fue ayer y que será mañana, a pesar de las vicisitudes a las que la expusieron las contingencias de la vida.
En ese proceso transitamos por un camino y casi sin darnos cuenta, nos encontramos en otro sitio, nos miramos en el espejo y, lejos del tiempo convencional, que marcan las agujas del reloj, y más cerca de nuestro tiempo subjetivo, nos preguntamos: ¿Cuándo fue que sucedió esto?
Elsa y Fred nos enseñan que ni la felicidad, ni el amor, ni los sueños e ilusiones, tienen fecha de vencimiento. La ilusión de Elsa y Fred no impidió, como era de esperar, la muerte de Elsa, pero cambió la vida de ambos. En la última escena, vemos a Fred visitando la tumba de Elsa con su nieto Javier. Javier lee el epígrafe sobre la piedra y comenta que ella era mayor que él. El solo recuerdo de Elsa y sus picardías, hace brotar en Fred una sonrisa. Ahora él es deudo de dos mujeres: una primera, que tras su muerte lo ha hecho llorar, y otra segunda, Elsa, que aún después de muerta le hace sonreír.
Referencia bibliográfica
Grinberg, L. y Grinberg, R. (1980). Identidad y cambio. Barcelona: Paidós.