Alicia Leisse de Lustgarten
Pensar en el obsesivo remite a la duda, el perfeccionismo, la inflexibilidad, el orden, los detalles, la devoción al deber, las decisiones pospuestas, y así podríamos seguir. El registro sistemático de las más disímiles corrientes psiquiátricas y psicoanalíticas apunta a la fenomenología, a la metapsicología, no menos que a la terapéutica. En lo que a este trabajo concierne me detengo en el interrogante por los movimientos psíquicos que inician el comienzo del ser, considerando ciertas aproximaciones a eso que en el mundo temprano de estos sujetos contribuye a llevarlos por esa vía. No pretendo una posición psicogenética, ni indagar causas, aun cuando no pocos aportes de autores estudiosos, algunos de los cuales incluiré, toman esta perspectiva casi delineando un perfil psicodinámico del obsesivo. Qué interviene en esta organización y la significación que comporta es lo que pretendo recoger en la dialéctica del ser y del tener.
Recapitulando lo que a propósito de la histeria afirmaba (1995), la neurosis obsesiva supone una conflictiva central derivada de los afectos que se viven en la trama edípica y en tanto tal, la escena queda conformada por un sujeto con un yo integrado, capaz de relaciones diferenciadas lo que no desdice que la estructura yoíca pueda estar resentida y los vínculos que emprende comprometidos en medida variable con lo que ha acontecido. Considerar la organización obsesiva supone el enfrentamiento Yo – Superyó que refiere al dominio de las pulsiones y al acatamiento de la ley paterna, pero ya desde antes viene preparándose esta conflictiva. Kristeva (1995) señala una cierta dificultad para encontrar un trauma real o psíquico en un pasado infantil por demás poco develado. Sin embargo, la armadura defensiva que intenta proteger la fuerza de las pulsiones y disfrazar la intensidad afectiva que tanto compromete el libre intercambio, así como el gasto excesivo en la distancia para con el otro, advertirá que su padecimiento recoge algo que refiere a la relación con la madre. Hace presencia la inclinación libidinal violenta siempre insatisfecha separada de la palabra y poco disponible para la simbolización.
Un paciente me refería el efecto doliente de la falta del padre por su muerte prematura, pero sobre todo, por la carga que para él supuso vivir la estrechez de una relación donde él quedaba limitado al espacio de la madre. Un tío hizo las veces de tercero. Figura ideal y exigente le permitió vínculos familiares y sociales significativos, pero siempre limitado por la vigilancia materna. Desde muy joven asumió el control de toda emoción y apenas terminando su adolescencia se zafó del vínculo materno para emprender una vida prematuramente adulta de intenso trabajo. Entró en la misma empresa donde se desempeñó el padre. No hubo lugar para estudios universitarios. En tanto proyecto propuesto por la madre, afirmaba que le fue imposible elegir un camino que antes de empezar ya lo asfixiaba. Un matrimonio rápido dio lugar a la reproducción del sistema dictatorial con su pareja. El fracaso no se hizo esperar, su vida se definió por el empeño de mantenerse al amparo de todo lo que para él comportara una relación atrapadora. Autores como Dör (1996) y Leclaire (1986), coinciden en destacar el papel protagónico que juega este vínculo en la dinámica psíquica de estos sujetos. Refiere a una madre que satisface las demandas del bebé en forma precoz, que se muestra complaciente en tanto sus propios deseos están insatisfechos, como que no hubiera un deseo sostenido hacia el padre, desplazando su cumplimiento en el hijo. Ello no quiere decir, sin embargo, que no tenga al tercero en su mente. Una cosa es desviar el deseo dentro de una triangularidad definida y otra es ignorar dicha triangularidad.
Viene al caso detenerme en las conceptualizaciones específicas que refieren a la demanda y diferenciarla de la necesidad y el deseo, mérito indiscutible de Lacan para establecer sus particularidades. La demanda. según el Diccionario psicoanalítico lacaniano es una señal simbólica de lenguaje anterior a que el niño sea capaz de articular palabras reconocibles. Otro debe suplir la necesidad que el pequeño infante es incapaz de realizar; pero en tanto la madre responde al pedido, adquiere el significado de una prueba de amor. Es decir, que articulándose a la necesidad se vuelve también una demanda de amor y así disimula su real función. La necesidad, nos dirán Laplanche y Pontalis (1974), encuentra su satisfacción por la acción específica que procura el objeto adecuado El deseo nacerá de la separación entre necesidad y demanda, de los signos ligados a las primeras experiencias de satisfacción, pero no es en relación a un objeto real, sino con el fantasma, sombra del objeto del deseo que pretende llenar la falta por demás insatisfacible. Establecer estas diferencias es fundamental porque si bien el obsesivo como buen neurótico tiene problemas con su deseo, fundamento de lo prohibido y móvil de la represión, es con la demanda que entra de lleno en la escena del conflicto. Volveremos sobre esto.
El amurallamiento del obsesivo, las inacabables cavilaciones, las acciones postergadas, la frialdad de sus respuestas, argumentos que sostienen que nada en él debe moverse de su sitio, recoge un problema de pérdida que remite a lo que llamaría la falta arcaica , o lo que entendemos por la primera y constituyente experiencia de falta. Se trata de neutralizar el deseo porque la falta lo constituye. Pero ¿de qué se trata esa falta? Dör como Kristeva sostienen que el niño es el objeto de deseo de la madre y ello ocurre dentro de las primeras experiencias de satisfacción. Sometido a ese deseo es preso de su omnipotencia. Ella tiene, no sólo la llave para satisfacer sus necesidades, sino que además le despierta un placer aún sin haberlo pedido. Es el escenario donde ocurrirán sus primeras identificaciones, el campo del ser de los comienzos, que en tanto ser de la madre ocupa ese lugar de llenar su falta. Y es allí que puede complicarse su ser diferenciado. Pero el presentimiento de un tercero reconocido por la madre empuja la pregunta y abre la posibilidad de salir de ese único espacio. Hacerse sujeto es posible no siendo el deseo del otro, vía dificultada para el obsesivo ante la fuerza del enunciado materno. El falicismo, evidente en su discurso, en su aspiración, en el lugar que pretende ocupar muestra la nostalgia por aquella primera identificación fálica abandonada por el tener que impuso la ley del padre. La promesa de la madre ha sido una ilusión. La intimidad secreta desplegada con el hijo, la segunda mirada como lo llama Leclaire (1991), refiere a una preferencia, a una cierta predestinación como del que puede satisfacer el deseo que otro no logra. Nos dice el autor, que es indispensable que la madre esté insatisfecha para que haya un obsesivo. Y así, el niño tiene que ser fuente de placer, pero fuente de placer necesario y por lo tanto amarrado al deseo materno. Ya Freud ( ) había señalado una satisfacción sexual precoz difícil de volver a encontrar. Ello permite entender que su deseo conservará el carácter de exigencia que comporta la necesidad. Quiero subrayar que la madre, personaje central de este escenario, a pesar de su insatisfacción con el padre tiene lugar para el tercero y éste, en tanto portador del falo, se constituirá en la referencia última y la madre en figura intermediaria.
La entrada al ordenamiento de la ley deja secuelas por la inevitable vulnerabilidad narcisística inicial. Se trata de recuperar la convicción del ser que aún no es posible fuera de la afirmación de lo que es para otro. Todavía reina el yo ideal, promesa de unidad sobre la que se construirá el yo, sustituto del narcisismo perdido y efecto de las primeras identificaciones. Es la proyección de la omnipotencia en la pretensión de suplir la completud perdida. La aspiración ideal muestra como en las épocas tempranas de la vida, el ideal y el yo coincidían. El primer ideal era otro y un yo incipiente en una relación especular. El yo ideal concebido como un ideal narcisísta implica la identificación primaria con ese otro ser de omnipotencia que es la madre. El efecto que ello deja es también motor del ideal del yo, introyección simbólica que anticipa las identificaciones más diferenciadas a la vez que es resignifcado por ellas. En el obsesivo, el carácter narcisísta de la respuesta del otro se hace evidente porque lo que cree que puede satisfacerlo es una exigencia inalcanzable. Está prohibido fallar y el ideal devela que más allá de ser como, es tener para el otro en la pretendida ilusión de ocupar un lugar que falta, vía ilusoria de hacerse sujeto. El padre instaura su ley desde su propio remanente narcisísta. Cuando el lugar del sujeto es definido desde el narcisismo de los padres ocurren fisuras estructurales que interviene en su desear posterior.
Roberto, joven profesional de 28 años, busca ayuda como salida desesperada para la angustia indetenible que lo acompaña día y noche. No dejará de repetir en el pasar de los años la profunda humillación que para él supone no encontrar como resolver sus problemas, catalogando de tontas pero insoportables las preocupaciones que lo aquejan. Vive día a día con la interrogante de si podrá cumplir satisfactoriamente todas las tareas que se le propongan, enfrentando la indetenible crítica por no ser un ganador en juegos y competencias deportivas emprendidas, en un primer momento, para aliviar la tensión o para buscar un rato de esparcimiento. Sus recuerdos infantiles son pocos. Lo que refiere a la relación con la madre ha quedado prácticamente borrado, si bien su muerte, cuando él contaba 22 años, lo precipitó en un cuadro de angustia desbordada. El recuerdo teñido de lástima y cierta repulsión, vela una suerte de alianza inconfesada frente a un padre implacable. El y su madre, forman un retrato compartido de sometimiento y fracaso, convencido de que el hostigamiento paterno precipitó efectos nocivos en cada uno de los integrantes de la numerosa familia. Será el disparador de una lucha sin cuartel. Debe triunfar, no se puede equivocar, tiene que desmentir, palabra intuidora de la amenaza de castración en las reiteradas sentencias “no sirves, eres un inútil, todo lo haces mal”.
Agobiado por la duda, la indecisión es argumento para sostener lo que define como su incapacidad. O en la exigencia o en la oposición el placer será fugaz, ligado a ser reconocido, pero fuente de nuevos requerimientos. No cuentan vacaciones, fines de semana, todo queda tomado por el cumplimiento. Con frecuencia, veíamos en nuestro trabajo su respuesta casi militar como el soldado de mensaje a García que al obedecer el mandato vence todos los obstáculos. Su encuentro con la mujer tenía el mismo carácter de prueba, aunque no dejaba de traslucir el sello de intimidad que suponía la relación con la madre. La sexualidad tormentosa, fuente de reproche y de renovadas dudas, hará efecto en su dificultad para definir una escogencia dejando en una suerte de azar lo que será su futuro. Es así como se casa para asumir la paternidad responsable del hijo engendrado sin su decisión consciente. Largo ha sido el trabajo para desmontar la titánica pretensión de que ser alguien no responde a reparar un pasado por demás irreparable de supuestas fallas y desaciertos. Roberto respira aliviado cuando se ve capaz de elegir, dialogando con su padre desde la igualdad del ser adulto, aunque sigue apuntando por el logro total.
Corresponde hacer algunas diferencias en lo que concierne al ser de la histeria y de la neurosis obsesiva. La histeria pregunta por el ser o no querida y ello apunta a la búsqueda centrada de qué quiere el otro para hacerse deseo de ese otro. También el obsesivo tiene un problema con el ser y con el amor, pero tomará la vía de qué pide el otro. El deseo está presente pero el pedido que se le formula ocupa el primer plano. Lacan (1961), señala que el obsesivo no formula una demanda sino que responde a la demanda que le es formulada. Ese es el camino que toma el ideal del yo, se hace hipertrófico porque queda tomado por lo que se espera de él, el ser de nuevo interviene e interfiere con el tener, “soy haciendo lo que tú quieres”, quedando así colocado en función del pedido del otro.
Abraham (1959), afirma que es diferente identificarse con el ideal para ser alguien que porque se ama a ese otro. Arroja luz sobre la diferencia entre un ideal tomado por las lesiones que ha sufrido el narcisismo inicial y el ideal que fluye en la identificación y el acatamiento de la ley. Podemos aproximar la vulnerabilidad que supone para el sujeto transitar por la exigencia y por la incertidumbre de su respuesta, armándose de arrogancia en el intento de resguardar cierto valor. El desprecio hacia el otro da cuenta de la rabia contra el objeto que lo desconoce y lo somete a exigencias desproporcionadas, pero también el peligro que representaría el deseo en plena escena de lo que la ley paterna proscribe. El sadismo rige soberano en el obsesivo. Ha sido ampliamente considerado a la luz de la regresión de la líbido por la interdicción del incesto, pero cabe destacar la intención vengadora por la derrota infligida a la omnipotencia.
El obsesivo oscila entre el ser y el tener. “Ser o no ser” nos dirá Hamlet en la duda nodal por su existencia, pregunta que, sin embargo, derivó de una escena edípica trastocada en tragedia. El agujero de las primeras identificaciones hace efecto en la redefinición de su condición de sujeto. Abandona el modelo de la madre fálica por el ordenamiento que introduce el padre, figura salvadora que advierte sobre el atrapamiento que amenaza el vínculo erótico con la madre y le da acceso a la categoría de sujeto deseante. Es el terreno del tener de las identificaciones. La temprana ilusión fálica y el discurso de una madre que lo pretendía para llenar su falta dejan al obsesivo en deuda con el padre y en problemas con su deseo. El padre, hablando desde su lugar de derecho se erige ahora en autoridad y en fuente de demanda al tiempo que, ocupando ahora el lugar del falo, se constituye en el nuevo ideal admirado y temido. Grandioso y amenazante, él mismo puede sostenerse en la impostura que pretende ignorar la castración. Es el nuevo modelo de idealización. Tomar su lugar y adquirir su poder es condición para acatar las exigencias. En tanto se introduce la ley paterna el obsesivo se mueve en el registro simbólico y la aspiración a suceder al padre, portador del falo, toma la vía del ideal del yo quedando como baluartes el poder y el dominio.
Quiero recapitular las dificultades que arrastra el obsesivo en lo que refiere a su deseo. La aspiración narcisista de mantenerse pegado a la madre lo deja sin salida y la inclinación sexual al objeto edípico trae el riesgo de la castración. El deseo se torna así imposible, condición a la vez necesaria porque su consecución es fuente de angustia. La fuerza del deseo en el obsesivo se revela por las medidas que adopta para impedir que emerja. Los pensamientos sustituyen aquellos que contenían fantasías relativas a otro vedado. Hay un trabajo permanente de vigilia. Sustituir lo que pueda llevar al cumplimiento del deseo será el móvil de su quehacer.
Veamos una viñeta clínica. Con 30 años de edad y una inteligencia especial, Rafaél siempre está preocupado por lo que él entiende como no dar la talla. Pretende comprender lo que le sucede hilvanando razonamientos y demandando respuestas, pero caminando en círculos verbales en los que se desgasta. Dice: “Necesito saber porque si el anhelo de una mujer es tan grande, no la consigo y esa idea fija de una mujer con la cual tener relaciones sexuales.Entonces viene la masturbación. Todo el tiempo está la idea fija. Ahora se ha vuelto una situación más crítica porque hace un año hice amistad con la secretaria de la empresa. Así empezó. Ella vino a mi casa, nos hacíamos confidencias. Estaba recién casada. Pero la cosa empezó a cambiar… Me empezó a gustar, creo que me enamoré. Incluso empezamos a tener relaciones sexuales. Yo disfrutaba mucho, tenía placer, pero al mismo tiempo ella insistía que no se podía, ella estaba casada. Eso me torturaba, yo estaba haciendo algo que no debía. Y le dije que no podíamos seguir. No llegamos a copular. Nos besábamos, nos tocábamos, alcanzamos el orgasmo sin copular. En mi concepto tuvimos relaciones sexuales. Cuando le dije que no podíamos seguir ella no quería, yo sí. Luego fue al revés. Ella era la que no quería y yo sí. ¡Era terrible! Ahora estaba interesada por un compañero y yo sintiendo celos. Entiendo que es su derecho tener la preferencia que quiera, pero me siento muy mal. Le conté una amiga lo que me pasaba, ella es otra de mis confidentes. Me dijo que eso era imposible. A mis 30 años nunca he tenido una novia y tanto que la he deseado. Siempre me he hecho una lista de cosas difíciles que tengo que lograr, pero cuando lo consigo no siento nada, no es placentero. Los demás me dicen sobre lo que he conseguido, le dan valor, pero yo no. Tengo una gran inseguridad en mí mismo. Me vi con el primer analista que tú me recomendaste, pero no cambió nada. No tenía trabajo y lo que quería eran los recibos y conseguir trabajo. Había llenado la casilla de ser tratado por un psiquiatra. ¿Por qué vine a casa de ti? Quizá porque era difícil. Eras conocida de mi hermana, porque eres mujer, porque estoy en este momento de tanto malestar, pero si pasa el malestar no sigo, me vuelvo racional. Es mi destino, como que no me queda más que esperar la muerte, no resuelvo nada. No me gusta esta racionalidad. Todo me lo explico racionalmente…”
El largo párrafo muestra en forma elocuente el encierro del paciente en un discurso donde ni el pedido ni el placer son posibles, él mismo los interrumpe. La expectativa mágica es la salida a la decepción, al desgaste de no serlo que cree que se espera de él, claro está, definido por él mismo. La distancia marca la prohibición del deseo incestuoso y el disfrute no es posible porque de nuevo refiere al deseo, aferrándose a una satisfacción plena, ilusión fallida que lo mantiene en un mono tono que advierte la desesperanza y remite a la muerte. Fantaseando una presencia absoluta se queda en una ausencia permanente. La relación con el objeto de deseo es suplida por la relación con el ideal que al requerir la renuncia imaginaria afecta su funcionamiento simbólico. Se sitúa frente al padre con una gran ambivalencia. Aquel ha enunciado la castración de la madre, quedando investido de un saber que él, el niño, no tiene. Leclaire (1986), lo entiende como superar la imagen para captar la función. En Roberto, veíamos el desgaste que suponía confundir en su desempeño la respuesta calificada por el padre. La intrusión llegaba a ser de tal magnitud, que en su tesis de doctorado no logró sostener la excelencia de su contenido en la defensa oral. La fantasía de insuficiencia se confirmaba una vez más. En esta neurosis, el ideal sostiene la identificación. Si el padre es la referencia, él podrá sucederlo en la tenencia fálica, pero el primitivo sentimiento de unidad ha quedado comprometido y los esfuerzos por restituirlo modulan el tipo de relación posesiva que establecen. El otro es buscado con propósitos narcisistas. La vulnerabilidad de su yo y el sentimiento de incompletud están en juego. Pretende un objeto omnipotente dotado de poder, pero le teme en tanto puede ser descubierto en sus propósitos de apropiación y de destrucción por lo que no recibe. Es un objeto indispensable del que se distancia y al que controla por los riesgos que acarrea su pérdida. Queda así en evidencia que el deseo no es el único peligro. Es la hostilidad, el ataque, la rabia por la diversidad que el objeto comporta para él. La nostalgia de las aspiraciones arcaicas, la sujeción al ordenamiento y el acatamiento de la prohibición intervienen en una organización muy comprometida con el requerimiento del otro.
Termino aquí, consciente de que hay muchas otras cuestiones pertinentes a la organización obsesiva. He pretendido detenerme en los primeros tiempos de la vida psíquica como escenario fundamental de enunciado y referencia. La aproximación de lo que allí ocurre, escuchado en un discurso desfigurado y tardío, nos acerca a ese lugar fundamental del ser que se constituye en sujeto.
Referencias Bibliográficas
Abraham, K.: (1985) Complementos a la teoría del carácter anal. En Las obsesiones. Buenos Aires: Nueva Visión.
Bouvet, M. (1953). El yo en la neurosis obsesiva. Relación de objeto y mecanismos de defensa. En Las obsesiones. Op. Cit.
Chasseguet-Smirgel, J. (1991) El ideal del yo. Buenos Aires: Amorrortu.
Dör, J. (1996). El deseo del obsesivo a prueba de mujeres En Clínica psicoanalítica. Barcelona: Gedisa.
Green, A.(1965). Metapsicología de la neurosis obsesiva En Las obsesiones. Op. Cit.
Grinberg, L. (1967). Aspectos regresivos y evolutivos de los mecanismos obsesivos: el control omnipotente y el control adaptativo o realista En Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 1981.
Freud, S. (1907). Acciones obsesivas y prácticas religiosas. Tomo IX. Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1979.
______ (1908). Carácter y erotismo anal. Op. Cit.
______ (1917). Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal. Tomo XVII. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1979.
Kristeva, J. (1988). El neurótico obsesivo y su madre. En Las nuevas enfermedades del alma. Madrid: Cátedra, 1993.
Leclaire, S. (1986). Para una teoría del complejo de Edipo. Buenos Aires: Nueva Visión.
______ (1958). Desenmascarar lo real. Buenos Aires: Paidós, 1991.
Maldavsky, D.: (1980) El complejo de Edipo positivo: constitución y transformaciones. Buenos Aires: Amorrortu.
Reich, W.: (1980). Análisis del carácter: Paidós.
Torres, A.T.: (1991). Elegir la neurosis. Caracas: Editorial Psicoanalítica, 1992.