Por Gabriela Reyes
En Bleu de Kieslowski, la vida es un carro, con una falla mecánica, avanzando a toda velocidad hacia la muerte. A veces abrimos la ventanilla y estoicamente ondeamos la bandera de la esperanza, pero esta no es más que el envoltorio desechable de una golosina. Vidas y esperanzas desechables. También a veces transitamos por túneles oscuros, a toda velocidad; al final del túnel hay una luz: ¿la luz de la muerte? ¿la luz de la esperanza?
Julie sobrevive al accidente en el que mueren su esposo y su hija. Todo el sentido de su existencia se ha desintegrado, tan aleatoriamente como la perinola que ensarta el único testigo del evento. ¿Qué sentido tiene seguir viviendo esta absurda situación? ¿Qué razón hay para no tomarse el frasco entero de pastillas?
Kieslowski ha planteado en los primeros 6 minutos de película la misma pregunta que plantea Albert Camus en la primera página de El Mito de Sísifo: Hay una sola pregunta realmente seria en filosofía: decidir si la vida vale la pena vivirla o no.
Julie intenta encontrar una vía para seguir viviendo. ¿Dejarlo todo en el olvido? (el pasado, sus pertenencias, el dolor) ¿Tener un amante? ¿Finalizar la sinfonía para la Unión Europea? ¿Regodearse en momentos Proustianos como comer helado y remojar el terrón de azúcar en su café? Sin embargo, cada puerta por la que Julie intenta entrar está cerrada, tal como le sucede al hombre que escapa de una golpiza callejera e intenta infructuosamente buscar refugio en algún apartamento del edificio en el que ella habita ahora.
El París de Bleu es un París brutal. El flautista de la calle no es un bohemio soñador sino un gigoló disfrazado que usa la música (la que ella misma ha compuesto) como carnada. La vecina es una prostituta cuyo padre va inadvertidamente a su sex show. La madre vive con demencia en un asilo. Las ratas anidan en el hogar, literal y metafóricamente.
El único refugio pareciera ser una piscina azul en la que Julie se encuentra con su inspiración musical (luego de recibir de vuelta el crucifijo perdido en el accidente, cortesía del muchacho de la perinola), o con la solidaridad de una nueva amistad (la vecina que se ofrece a erradicar las ratas).¿ Es esa piscina azul su pasado?¿ Su memoria? ¿Su mar de emociones?
El París de Bleu, y sus historias: ¿van de la mano de los ideales de la revolución francesa? ¿Es que acaso París logró ir alguna vez de la mano de estos ideales?¿Libertad? ¿Es posible ser realmente libres? Decía el mismo Kieslowski “la libertad es imposible, aspiramos a la libertad, pero no la conseguimos”
Kieslowski nos pone en una exploración profunda del encuentro de los personajes con sus dilemas morales: matar o no matar a la rata y sus crías, robarse o no la cadena, robarse la
música o presentar una torpe y ruda pero propia, y así con cada uno de los personajes de esta historia. Dilemas que confrontan a cada uno de los personajes de la película y que nos muestran un director que se cuestiona sobre las profundidades del alma humana, la ética individual y las contradicciones propias del individuo y las sociedades.
Hay otro tema en la película que considero que no es una simple sub-trama casual para rellenar el argumento. El tema de la maternidad: Julie es una madre que pierde a su hija, y que también tiene a una madre perdida por el Alzheimer. Sandrine, la ex-amante de Patrice, está embarazada de un niño. La rata que anida en el apartamento acaba de ser madre, y el vínculo que Julie y Lucille la vecina establecen, pareciera ser el vínculo de dos hermanas con una madre ausente. También hay que recordar que desde la Edad Media, la Virgen María, ha sido pintada en azul, el color más raro y costoso de la paleta pictórica, proveniente en antaño solo del lapislazuli de Afganistán.
¿De qué nos habla el director con esta sub-trama? ¿el duelo más importante de Julie es la muerte de su hija? ¿el duelo más profundo de una madre es perder una hija o hijo? ¿el duelo más profundo de un(a) hijo(a) es perder a su madre? ¿es la maternidad símbolo de la vida? ¿La vida que Julie ha perdido? ¿es la maternidad esperanza de futuro, renacer, creación?
Veamos ahora la clave formal más importante de Bleu: el color.
Por lo menos desde Leonardo da Vinci, pasando por Newton y Goethe hasta la Bauhaus y Josef Albers, ha habido especulación teórica acerca de la influencia en la psique humana del color. Hay una larga y noble búsqueda de esa relación en el mundo del arte, obvia en Van Gogh, en los simbolistas, en los fauvistas, en los expresionistas, en el pop art y por supuesto también en el cine.
Por ejemplo, Hitchcock llenó Vértigo de claves a color: en el universo psíquico del protagonista: Scottie; Madeleine, el objeto de su amor está provista de un aura verde, mientras que la maternal Midge habita un mundo amarillo. Scottie por su parte, habita el rojo de la película. Vemos también estas claves en otra de sus grandes películas: Los Pájaros. El Resplandor de Kubrick está también codificado en cuartos de colores, tal como lo hizo Edgar Allan Poe en La Máscara de la Muerte Roja.
La Trilogía Azul-Blanco-Rojo de Kieslowski es, insertada en esta tradición, una convincente representación fauvista de la pregunta central del Existencialismo Camusiano.
Azul es el mundo interior de Julie, su piscina, su móvil de zafiros. Azul es el ecosonograma del bebé de Sandrine, la ex amante de Patrice y azul es la luz que baña al redimido chico de la perinola. Verde, no el de vegetación, sino el verde azulado de la putrefacción y la muerte, se filtra en las escenas de decadencia moral y de las malas noticias.
Los personajes en amarillo-naranja ¿qué representan? ¿esperanza? ¿resplandor?. Estos personajes generalmente oscilan entre estas dos atmósferas: esperanza y perdición. Lo que Camus llamó “el absurdo”.
Como ya dije, Kieslowski se nos muestra como un existencialista. A pesar de la reputación pesimista de los pensadores existencialistas, cada uno de ellos intentó ser terapéutico. Schopenhauer abogó por las artes (la música en particular), Kierkegaard nos invitó a dar un salto de fe religioso, inventando nuestra propia subjetividad, Heidegger se centró en perderle el miedo a la muerte y Camus a vivir el momento de aquí y ahora. En la lírica toma circular, casi al final de la película, podemos ver este carrusel de estrategias: el chico de la perinola pareciera recobrar su fe, simbolizada en el crucifijo que ahora pende de su cuello, la madre de Julie da un salto Heideggeriano hacia la muerte, aquí coloreada de amarillo naranja con un fondo en verde puro. Julie por su parte recobra su interés por la música y se sumerge, en un encuentro con un nuevo amante, al placer de su mundo sub-acuático.
Freud, aunque no es considerado ni filósofo ni existencialista, propone soluciones terapéuticas. Por ejemplo, en sus escritos más sociales plantea, en sus palabras: “ … el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si – y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas de la pulsión de agresión y autodestrucción […] Solo nos queda esperar que la otra de ambas potencias celestes, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario (Tánatos)” (Malestar de la cultura, Freud, 1930) . Luego en 1932, en una carta de respuesta a Einstein, señala nuevamente “si la propensión a la guerra es producto de la pulsión destructora, hay que apelar entonces al adversario de esa inclinación, Eros. Todo lo que engendra, entre los hombres, lazos sentimentales debe reaccionar contra la guerra.” (Por qué la guerra, Freud, 1932)
Pienso que, tal como Freud, Kieslowski le apuesta al amor como solución, el amor de pareja, el amor maternal, el amor fraternal. No es casual que usa para el himno del tratado de unificación de la Unión Europea la Carta de San Pablo a los Corintios en el capítulo 13, la preeminencia del amor, que dice: “…aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de mover montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada…”
Aprovecho esta vía, la del amor como solución, para terminar tocando un último punto, aunque no menos importante: el duelo. Aparece otra trilogía: unión-muerte-reparación.
Vemos en Julie, quien tras la unión, los lazos de amor, viene la muerte, y con ella el duelo. En espera de las posibilidades de reparar. Tal como le dice la enfermera después de haber roto el cristal : no te preocupes, pondremos otro. Claro! Ojalá los duelos y nuestro interior se repararan tan fácilmente como poner otro cristal y ya.
Para M. Klein, psicoanalista inglesa, la reparación se basa en el amor al otro y contempla la aceptación de pérdidas y daños. El niño necesita que frente a sus ataques hostiles, la madre le devuelva amor, para generar confianza en el mundo externo, y promover la capacidad de reparación interna y externa. Cabe destacar que la reparación es importante en el desarrollo de la creatividad.
Esta misma tríada la refleja Kieslowski en relación a Europa, que se reunifica con el famoso Tratado de Unificación de la Unión Europea, firmado en Maastricht, en 1992; luego de años de guerras, muros y destrucción. Una Europa que buscó vías de reparación y nuevas uniones, después del duelo.
Quisiera pensar tal como lo planteó Freud, en el que quizás es mi artículo preferido: “Con sólo que se supere el duelo […] Lo construiremos todo de nuevo, todo lo que la guerra ha destruido y quizá sobre un fundamento más sólido y más duraderamente que antes.” (La Transitoriedad, Freud, 1915)
Pero me temo que viene a mí una pregunta, en relación a Julie, a Francia, a Europa, a Venezuela: ¿cómo reparar en terreno más sólido para no estar destinados al eterno retorno de Nietzsche o la compulsión a la repetición de Freud?
Gabriela Reyes.
Psicoanalista SPC
Julio, 2020