De Locuras y Razones[1]
Autor: Serapio Marcano[2]
Cuando abrimos una enciclopedia para ver qué concepto recoge del término Locura, nos encontramos, en primer lugar, con lo que no define. “No define un concepto psiquiátrico”. Y a continuación pasa a describir que “se trata de una expresión utilizada tradicionalmente para referirse a cualquier alteración grave y duradera de la personalidad de un sujeto, alteración que se manifiesta en la exhibición por parte del mismo de una conducta perturbada, alejada de la norma social”. (Subrayado mío).
Más adelante se agrega que cuando en psiquiatría se emplea el adjetivo loco, derivado de locura, se utiliza para denominar ciertas formas de neurosis o para designar determinadas características de la conducta del paranoico. Es decir, que abarca un espectro que va desde las locuras de los neuróticos hasta las locuras de los psicóticos.
Cuando lo leí por primera vez el libro, “Alégrate de ser neurótico”, del psiquiatra Louis Bisch, al mismo tiempo que leía “La personalidad neurótica de nuestro tiempo” de la psicoanalista Karen Horney, quedó en mi la inquietud y curiosidad por el conocimiento y la explicación de estos fenómenos tanto en lo personal como en la cultura donde yo existía como sujeto. Me entero más adelante que a finales de los años 50 surge un movimiento impulsado por el psiquiatra británico Ronald Laing que se conoció como la antipsiquiatría, aunque él mismo estaba en desacuerdo con que se acuñara tal término a sus propuestas. Allí se sostenía una postura crítica buscando borrar el carácter marginador que desde la sociedad, y a través de sus funcionarios psiquiátricos, adquiere el término enfermedad mental. Se oponían así a los conceptos tradicionales de enfermedad mental, normalidad y curación con los cuales dicha sociedad estigmatiza a los sujetos de la misma que funcionan y piensan de manera diferente a lo que la norma social establece.
Esta calificación psiquiátrica de la locura recoge lo que históricamente ha sido la valoración social de aquellos individuos que, como dije más arriba, se alejan de la norma social. Existe entonces un consenso social que siempre ha clasificado a los individuos y cuando la psiquiatría se establece como disciplina, sus representantes pasan a constituirse en, lo que el filósofo Gramsci llama, los funcionarios del consenso: “intelectuales “empleados” del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político que establecen las pautas de la razón como orden universal de dominación”. Esto ha sucedido y continúa sucediendo hasta ahora en todos los ámbitos socioculturales y de lo cual, de una u otra manera, no escapamos todos los profesionales que trabajamos con los problemas de la mente.
En épocas precientíficas la discriminación de lo que pertenece o no al orden de la razón se establecía desde la religión y hoy en día se establece desde las disciplinas científicas, siendo la psiquiatría una de ellas.
Fue a partir del período Renacentista cuando, simultáneamente a la progresiva e intensa ordenación de la vida social y económica, se estableció más claramente la marginación de la locura como contraria a lo razonable. Es sorprendente que es en dicho período cuando aparece el texto breve, profundo e impactante por la forma satírica de su exposición, del célebre humanista conocido como “Erasmo de Rotterdam” titulado “Elogio de la locura”. En dicho libro nos habla La Locura en primera persona para describirnos las múltiples formas en que suele hacer su presencia en los individuos particulares: hombres y mujeres, en las relaciones sociales, en la política, en las artes, en la amistad, en el matrimonio, como causa de la guerra y en muchas otras circunstancias. También La Locura, en el libro de Erasmo, se discrimina en dos especies: una que “es la engendrada en el infierno de las Furias” y otra “muy distinta, que lejos de ser de nadie temida, es por todos deseada, puesto que se manifiesta como un alegre extravío de la razón y, al mismo tiempo que aleja del espíritu angustias y dolores, le lleva la impresión del goce, el perfume de la vida y, en suma, cuanto verdaderamente produce en el hombre su mayor bienestar”.
Esta misma diferenciación, más que clasificación en base a la razón, es la que encontraremos en autores de diversas corrientes del pensamiento. Así por ejemplo Louis Bisch nos dice que, de niños, la locura, el genio y la neurosis pueden producirse de la misma manera. Ven al mundo de manera diferente a los demás y una de las características comunes es que preguntan, inquieren, no se conforman, arguyen a las opiniones ajenas y a las propias. Dentro de ciertos modos clasificatorios culturales estos niños son considerados rebeldes, problemáticos, desadaptados, con problemas de conducta, o con cualquier otro epíteto descalificatorio. Las diferencias entre ellos estarían en que en un extremo se encuentran aquellos que ven al mundo de manera diferente a los demás, pero sienten que sólo ellos tienen la razón, que se bastan a si mismos, y renuncian de manera absoluta al mundo de la realidad. Del lado opuesto están los que también viendo al mundo diferente a los demás, pero les disgusta esa diferencia, sufren por ella y eso los hace neuróticos, que si no sufriera y proyectara dichas diferencias hacia la creación sería un genio.
Otro autor más reciente, el filósofo Michel Foucault, ha hurgado profundamente en la historia de la locura, buscando las raíces antropológicas y lingüísticas de la actividad que clasifica a un individuo como loco o demente y así llegó a proponer que el discurso psiquiátrico tiene un carácter normalizador, cuyo propósito serviría para marginar y descalificar a todos aquellos comportamientos que se apartasen de lo propuesto como válido y universal por una sociedad determinada. Aquí coincidiría con los llamados antipsiquiatras. Tenemos que preguntarnos si estos valores con carácter normalizador que circulan, explícita e implícitamente, en lo social, no sustentan en el fondo el temor de aquellos que aún queriendo encontrar alguien que los escuche en sus penas y tolere sus preguntas e inquisiciones, no lo hacen y, de hacerlo, el temor es que sean clasificados, o calificados, de acuerdo al orden de la razón normalizadora, que, como dijo Erasmo, suprime la fuente de la vida que es el placer, o que, como señaló Foucault, reprime la pasión.
Aún hoy, a pesar de estos aportes y de los que se han hecho desde el psicoanálisis a la comprensión de las causas del sufrimiento humano, nuestras disciplinas psiquiátricas y psicoanalíticas, y sus oficiantes, continuamos, en mayor o menor grado, sujetados al mandato de la cultura normalizadora que nos lleva a embarcar a los sujetos humanos en “la Nave de los Locos” inmortalizada en la pintura del Bosco, en lugar de mantenernos en la posición de acompañar a cada individuo particular en su búsqueda de la verdad y de aceptación propia y ajena en sus diferencias, en su alteridad tanto con otros individuos como con el deber ser que manda la cultura civilizadora y que muchas veces no logra desentrañar los motivos que hacen que sus cuestionamientos, preguntas y opiniones los conduzcan a diferentes alternativas: unas veces a alienarse de la realidad, renegándola y fragmentándose en su mente, o en su cuerpo, como expresión tanto de su insatisfacción y su sufrimiento con el mandato normativo pero a la vez sometiéndose al mismo, es lo que desde cierta clasificación se denomina psicosis.
Otras veces, sin llegar a renegar de la realidad, busca espacios privados donde desplegar el goce y la pasión pero a la vez se somete, las suprime y reprime y sufre por ellas sintiéndose culpable por la transgresión a los mandatos reguladores, correspondiendo a lo que desde cierta mirada se denomina neurosis, trastornos de personalidad y otros etc., dentro de la nosografía clasificatoria consensuada.
Finalmente estarían aquellos que buscan y encuentran, entre otros espacios en el psicoanálisis, salidas integradoras y transformadoras, tanto en lo individual como en lo sociocultural, para encontrarse con el goce, con el placer posible sin sufrimiento y sus limitaciones, lo cual se acompaña de cierto malestar propio y ajeno inherente a la mayor conciencia de la realidad psíquica y sociocultural que lo produce como sujeto. Es la salida creativa.
[1] Publicado en PSI-QUÉ, octubre 2006
[2] Médico-Psiquiatra, Psicoanalista