Foto: Scott Webb
por Magdymar León Torrealba
Trabajo discutido en el 3er conversatorio virtual: Género, nuevas perspectivas.
19 septiembre, 2020
Comienzo mi intervención haciendo referencia a un artículo recién publicado el martes 15 de septiembre en la revista digital española Contexto y Acción [1]. El título del artículo es sobre el trabajo sexual trans, pero en su contenido desarrolla planteamientos dignos de compartir acá con ustedes. Es una entrevista que Nuria Alabao, periodista y doctora en Antropología, realiza a Miquel Missé, activista trans y autor del libro “A la conquista del cuerpo equivocado” del 2018.
Alabao pregunta a Missé:
“¿Podemos pedirle al Estado una ley, que transforme la normatividad de género?
Probablemente no solo es responsabilidad del Estado, pero creo que el Estado no debería fomentar la rigidez de género. Lo hace permitiendo que dispositivos culturales educativos y sanitarios refuercen esas lógicas. Igual podríamos hacer políticas más potentes para que los niños puedan expresar su feminidad y las niñas su masculinidad. Si lo pensásemos a más largo plazo, ¿no podríamos hacer una política que combatiera directamente aquellos malestares que le produce a la gente la rigidez de género independientemente de cómo se llamen y cómo se apelliden, sean o no LGTB?”
Continúa la entrevistadora,
“Precisamente otro de los debates más enconados es el de la infancia trans, ¿cómo se tendría que abordar esta discusión para que sirva para ampliar las posibilidades de niños y niñas, y de todos?
Pues exactamente igual que con los adultos. Yo creo que no es que haya unos niños que son auténticamente trans y otros que no lo son. Creo que la transexualidad es una posibilidad, es un itinerario que a alguna gente le mejora mucho la vida, y es el caso de algunos niños. Ahora, de nuevo creo que es un parche. Yo mismo lo habito, pero hay cosas que, aunque son funcionales para sobrevivir, no van a la raíz del problema. La cuestión es ¿cómo llega un niño a pensar que la única manera de poder ser sí mismo es siendo una niña? ¿Qué terrorífica es la categoría niño como para que tú no puedas ser tú? De esto no tienen la culpa los niños nacidos hoy ni hace diez años, ni yo. No tenemos la culpa, pero es una pregunta pertinente de cara al futuro.
Me gustaría que cuando un niño siente que sus elecciones son persistentemente femeninas no pensara que la única manera de habitarlas es ser una niña y lo pienso para los niños y para los adultos. ¿Tiene que resolverlo el Estado? No. En cualquier caso, el Estado siempre está haciendo algo. De momento, define lo que es la transexualidad infantil y permite que los niños de dos años puedan modificar su documentación. Eso sí lo hace. Y eso esencializa y refuerza un imaginario que el Estado no debería reforzar.
Me gustaría que cuando un niño siente que sus elecciones son femeninas no pensara que la única manera de habitarlas es ser una niña y lo pienso para niños y adultos.
Creo que la cuestión es que vivimos en un mundo en el que las categorías de género son rígidas y eso lleva a alguna gente a realizar transiciones de género, lo que puede colocarla en un lugar de vulnerabilidad”.
Hasta aquí mi referencia a este artículo, del que quiero destacar el papel del Estado y de sus diversas instituciones que sostienen esto que llama la rigidez de género o más comúnmente denominado los estereotipos de género, pero sobre todo, el malestar generado las personas sobre la rigidez de estas categorías y con ese ideal que quizás no se logra cumplir.
Anne-Fausto Sterling en su libro “Cuerpos sexuados. La política de género y la construcción de la sexualidad” del año 2006 [2], siguiendo la línea de muchas teóricas feministas, explica cómo el género es una construcción social, pero además agrega que, etiquetar a alguien como varón o mujer es una decisión social, puede que el conocimiento científico ayude en esa decisión – de hecho la propia Sterling es bióloga – pero en definitiva es nuestra concepción del género y no la ciencia la que puede definir nuestro sexo.
Incluso reconoce cómo nuestra concepción del género incide en la producción de conocimiento científico sobre el sexo y la sexualidad. Es entender el conocimiento como situado en la misma línea en que lo concibe la epistemología feminista.
Lo que entendemos como sexualidad normal o anormal, lo patológico o no patológico, están atravesadas por nuestras propias concepciones e inciden en la producción científica, como señala Donna Haraway, autora del Manifiesto Cyborg de 1984, en tanto que lo que llamamos «hechos» del mundo vivo no son verdades universales, sino que, «están enraizados en historias, prácticas, lenguajes y pueblos específicos».
Aquí hago un inciso para mencionar, por ejemplo, algunas referencias antropológicas [3] sobre cómo nativos norteamericanos reconocían 5 géneros, y consideraban que las personas que integraban características tanto masculinas como femeninas poseían dones especiales. En tribus como los Navajo, los Cheyenne y los Cherokee se reconocían 5 roles de género: Mujer, hombre, mujer de dos espíritus, hombre de dos espíritus, y transgénero. Tal parece que en estos contextos el binarismo sexual no era la pauta.
En 1972, los sexólogos John Money y Anke Ehrhardt popularizaron la idea de que sexo y género, son categorías separadas y distintas. El sexo es entendido como atributos físicos que son determinados por factores genéticos, anatómicos o fisiológicos, mientras que el género es una construcción y convicción individual, es la convicción interna de que uno es hombre o mujer. De esta manera, los términos del debate para feministas, investigadores y para las ciencias, eran por un lado, el sexo, que representa la anatomía y la fisiología, y por otro, el género que representa las fuerzas sociales que moldean la conducta.
No obstante, la bióloga Sterling nos plantea que cuanto más se busca una base física simple para el sexo, como es la existencia de pene o vagina, cromosomas XX o XY, producción de hormonas, entre otros, más claro resulta que “sexo” no es una categoría puramente física, es decir, que las señales y funciones corporales que definimos como masculinas o femeninas están ya imbricadas en nuestras concepciones del género y esta es una construcción social, no biológica o científica.
Hasta el momento, al menos acá en Venezuela y en buena parte del mundo, se sostiene un binarismo sexual, sólo dos categorías, hombre y mujer; incluso, desde el punto de vista de la práctica médica, el progreso en el tratamiento de la intersexualidad implica mantener la normalidad, es decir, la balanza debe inclinarse hacia alguna dirección y para las personas trans implica una transición de un género a otro. La idea del “cuerpo equivocado” es el relato dominante para explicar las identidades transgénero y la transexualidad. De acuerdo a esta idea, las personas nacieron en un cuerpo que no corresponde con su vivencia interior. Missé, en su libro del 2018 [4] plantea que esto es engañoso, el autor cuestiona la búsqueda de bases esencialistas en esta construcción de la identidad de género y responsabiliza al paradigma médico de la divulgación de la idea del “cuerpo equivocado”, en tanto les trae beneficios económicos. Esgrime que el conocimiento promovido por las disciplinas médicas autoriza a los facultativos a mantener una mitología de lo normal, del binarismo, a base de modificar el cuerpo intersexual y el de personas trans para embutirlo en una u otra clase.
El planteamiento va en la dirección de que formular la existencia de un trastorno psiquiátrico, de un trastorno de la identidad de género, que lleve como respuesta médica la modificación del cuerpo, en realidad lo que hacen es impedir que el malestar con su propio cuerpo y con su sexualidad sea tramitado de otra manera.
El camino propuesto por el paradigma médico de hormonas y operaciones ¿No estará limitando a las personas trans en asumir su responsabilidad sobre su malestar en este proceso? Algunos piensan que sí.
Los comportamientos de género están socialmente predefinidos, esto es así para personas trans, inter y para personas que no lo son. La identidad de género es un proceso y se construye socialmente. Los roles de género se aprenden desde temprana edad y cada vez con mayor fuerza se cuestiona esta conceptualización tradicional del género y de identidad sexual en tanto constriñe las posibilidades de vida y perpetúa la desigualdad de género.
De acuerdo a los planteamientos de Missé, la trayectoria que conduce a volverse trans está relacionada con la rigidez de los géneros, es decir, el malestar que produce la incapacidad de vivir acorde con su modelo “natural” les conduce a escoger el opuesto. Esta es una de las formas de adaptarse al malestar en el género, pero no es la única. Las trayectorias de todas las personas están atravesadas por la rigidez de las normas de género. Es importante entonces volver la mirada al esencialismo y al binarismo dominante.
Los cambios corporales no lo son todo, no resuelve todos los malestares, no otorga una nueva vida. Para cerrar, parafraseando a Misse, el cuerpo es el lugar en el que se expresa el malestar, pero no es la fuente del malestar.
Referencias bibliográficas
[1] Alabao, Nuria (2020) “Los derechos de las trabajadoras sexuales deben ser una prioridad de la agenda trans” En Revista Contexto y Acción. Número 264. Septiembre 2020. Disponible en https://ctxt.es/es/20200901/Politica/33413/Nuria-Alabao-Miquel-Misse-entrevista-activismo-trans-prostitucion-sexo-genero.htm (Consultado, 17 septiembre 2020).
[2] Sterling, Anne-Fausto (2006) “Cuerpos sexuados. La política de género y la construcción de la sexualidad” Editorial Melusina. Barcelona. España.
[3] Baryboy, Duane (2019) “Dos espíritus, un corazón, cinco géneros” en Awaska. The Green. Network Project. Disponible en https://greennetworkproject.org/es/2019/06/04/dos-espiritus-un-corazon-cinco-generos/(Consultado, 17 septiembre 2020).
[4] González, Olga (2018) “Missé, Miquel. 2018. A la conquista del cuerpo equivocado” Antipod. Rev. Antropol. Arqueol. Disponible en
file:///C:/Users/Administracion/Downloads/Misse_Miquel_2018_A_la_conquista_del_cue%20(1).pdf (Consultado, 17 septiembre 2020).