Seguimos viviendo una larga pandemia. Llena de incertidumbre. La amenaza de muerte tumba nuestra creencia de ser omnipotentes y tiene un gran impacto en nuestra salud mental al vivirse como un acontecimiento traumático. Se ponen en juego las fortalezas y defensas que tiene cada uno para lidiar con el trauma. No todos tendremos las mismas vivencias ni tampoco tenemos las mismas situaciones familiares y personales previas a la pandemia, que actuaran como factores a favor o en contra.
Entre los efectos emocionales que ha tenido la pandemia podemos destacar:
- Ansiedad, pánico, agobio y desasosiego. En muchos casos, el miedo puede pasar de ser un aliado sano que nos permite protegernos a convertirse en una emoción que debilita nuestro sistema inmunológico y nos paraliza.
- Trastornos del sueño (se duerme mucho o poco) y pueden presentarse pesadillas.
- Sensación continua de hipervigilancia, falta de concentración, dificultad para tomar decisiones y mantener las rutinas diarias.
- Depresión y tristeza, que en muchos casos pueden presentarse como Intolerancia, irritabilidad, agresividad y desesperanza.
- Somatizaciones. Es más fácil lidiar con el dolor físico que con el dolor psíquico.
- Frente a la perdida y la enfermedad pueden presentarse recuerdos recurrentes del acontecimiento (perdida de seres queridos por el virus, haberse contagiado, meses de confinamiento) o por el contrario incapacidad para recordar y evasión de estos temas.
Cada uno saldrá más o menos fortalecido en función de la capacidad que tenga para aprender que en la vida no hay certezas ni absolutos, que todo es relativo y que en ella hay cosas buenas tanto como malas.
Aceptar todas las emociones que se despierten y no ocultarlas, contactar con la sana vulnerabilidad y con la rabia bien conducida son aspectos claves para manejar la situación. Poder pensar, reflexionar, llorar y buscar ayuda siempre que lo necesitemos.
En la medida que aprendamos con esta experiencia a aceptar los límites de nuestra omnipotencia seremos libres y podremos realmente aprender a disfrutar de las pequeñas cosas, sin esperar tener una vida “perfecta” para poder disfrutarla.