Los selfies o “autofotos”, son imágenes que se toma uno mismo, sólo o en compañía de otro, en general con un celular, tablets o cámara web, comúnmente de la cara o del cuerpo entero, de frente y que luego se suben a las redes sociales para mostrarse.
Los selfies están de moda, es un signo de la época, del que nadie parece quedarse afuera: Obama en los funerales de Mandela, el astronauta Mike Hopkins en el espacio y hasta el Papa junto a unos jóvenes en San Pedro. Fueron uno de los mayores fenómenos de Internet en 2013, a tal punto que el diccionario de la Academia de Oxford llegó a elegir “selfie” como la palabra del año y la foto que sacó Ellen DeGeneres en plena gala de los Oscar se convirtió en el mensaje más retuiteado de la historia. Hace poco Yahoo estimó que en 2014 se sacarán 880.000 millones de selfies.
Algunos aman y otros odian esta modalidad; pero hay que reconocer que el fenómeno del selfie ya se ha adueñado de nuestra cotidianidad.
Las ganas de sacarse una foto y capturar ese momento siempre existieron, pero para hacer un selfie se necesita poco: un celular en el bolsillo, la tecnología de la cámara frontal que nos permite vernos a nosotros mismos mientras enfocamos, y la posibilidad de compartir la imagen al instante en una red social. La novedad es lo instantáneo, es lo acelerado de mostrarlo a otros.
Wilkipedia nos dice: El autorretrato es uno de los ejercicios de análisis más profundos que puede hacer un artista No sólo nos autorretratamos como somos sino también como quisiéramos ser, funciona como exaltación de la propia persona, para cumplir con el deseo de permanencia y memoria. Debía conmemorar a la persona y esta función condiciona la estrecha relación entre muerte y retrato. La auto representación moderna va más allá del autorretrato tradicional. Es una confesión por la que el artista desvela cosas más íntimas de la vida de su creador, de su posición social, de sus ideales y de las relaciones entre el creador y sus modelos. Nos dice Willy McKey con su humor “En el Museo de Louvre está lo que para muchos especialistas es el primer autorretrato del arte occidental. Data aproximadamente de 1450 y no tiene ni paisaje, ni contexto ni fondo: es el rostro de Jean Fouquet convertido en un medallón. La imagen tiene una curiosidad: un ojo mira al espectador y el otro se desvía hacia un lado. Este estrabismo histórico debe tenerlo en cuenta, digamos, alegóricamente: no sólo se está viendo usted mismo”. Beatriz Miranda nos dice en su blog: “No hemos inventado nada. Vamos tarde. Rembrandt y Velásquez, entre muchos otros autorretratistas, llevan siglos haciéndose ‘selfies’. Selfie con polaroid tomaba Andy Warhol en los años sesenta”
Antes, nos tomábamos una foto con la intención de guardar el recuerdo de un momento especial o de un lugar en particular, que no nos gustaría olvidar, pero en los selfies esa ya no es la intención. No nos interesa ni el momento ni el lugar, nos interesa resaltar nuestra imagen y conseguir muchos “me gusta” que nos brinden sentimientos de aprobación. Por eso ya no nos importa el fondo de la foto, sino cuán bien quede la imagen mía, que sale en ella. Somos nosotros los protagonistas, nosotros mismos. Así el selfie es un acto de vanidad, de egocentrismo, self :yo: ego sí mismo y selfish egoísmo en inglés.
El auge es tal que ya hay categorías para distinguir los autorretratos: desde los no make-up selfies donde la gente quiere mostrarse al natural, sin maquillaje, hasta los llamados ‘uglies’ que retratan a las personas haciendo muecas. También están los fit selfies, que son los que quieren lucir su figura cuando van al gimnasio, y los couplies, para las parejas que quieren registrar sus salidas. Las que exponen a celebridades o políticos son conocidos como celebrity selfies. Hay una categoría que es after-sex selfie que muestra a una pareja después de tener relaciones sexuales. Algunos, incluso, van más lejos y las toman durante el acto. Según un informe del portal de citas AshleyMadison.com el 60 por ciento de sus usuarios confiesa haberse tomado un sex selfie para publicarlo en internet, prueba de que hoy la gente está obsesionada con hacer público lo más íntimo. Entre los adolescentes se está haciendo popular los belfies que enfocan el lente no a la cara sino al trasero de la protagonista.
Podemos decir que internet es un espejo, dónde nuestra imagen se refleja continuamente, dónde tenemos el placer de exhibirnos o de mirar. Todos los seres humanos tenemos deseos exhibicionista, unos muestran aspectos intelectuales, otros artísticos o exhiben su cuerpo. Todos tenemos un ego y un componente narcisista que nos lleva a buscar ser atractivos hacia los demás. Los selfies son una señal de la importancia que la apariencia tiene en la sociedad posmoderna.
Así la motivación que subyace al fenómeno del Selfie es el narcisismo, es decir está vinculado al mito de Narciso. Es la atracción erótica suscitada por la imagen especular, que da forma al “yo” en el estadio del espejo. Lacan ubica esta fase entre los 6 y 18 meses en que el niño ante su imagen reflejada en el espejo tiene una mímica gozosa ante el control de la identificación especular, es una unidad corporal que objetivamente le falta, es la base del carácter imaginario del yo, constituido en principio con el yo ideal que evolucionará al ideal del yo donde se encuentran los diferentes modos de reconquista el narcisismo perdido. Así el yo se define por una identificación con la imagen del otro, es la interiorización de una relación.
Si el narcisismo puede ser definido como la conducta motivada por el placer de ser admirado, el exhibicionismo narcisista es la expresión clínica de esa necesidad infantil. Las personas narcisistas se caracterizan buscar obtener el máximo de aclamación y aprecio. Esa necesidad de continua aprobación no es sin consecuencias: exige un gran esfuerzo. Nada puede caer en el olvido. No olvidemos que su objetivo no alude al ser sino a magnificar la pose En términos generales, en el mundo postmoderno, el narcisismo se ha democratizado y no es exclusivo de una determinada élite social o artística. Hoy, se potencia el individualismo y se desmerece la implicación y compromiso personal.
(Continúa)