Por Esther Aznar.
Presentación en el Webinar IPA,
Quisiera comenzar pensando con ustedes ¿De qué adolescente hablamos y en qué momento de la pandemia nos situaremos? En edades, vamos desde el tránsito entre la pubertad y la adolescencia hasta, hoy en día, pasada la mitad de la veintena.
Si consideramos las variaciones posibles según las diferentes personalidades, estructuras, situación socioeconómica, familiar, etc., anteriores e independientes de la pandemia y según el momento de esta, tendremos un mosaico de posibilidades inmenso. Habrá que tener entonces, además de algunas consideraciones generales, lo particular de cada situación.
El miedo, el no saber, la incertidumbre, han dominado la escena en los últimos meses. Miedo e incertidumbre ante algo extraño, invisible, microscópico (ni siquiera con la estructura de una una bacteria, un conglomerado proteico, con una cubierta lipídica) pone al planeta de cabeza.
Este no saber alcanza a entes gubernamentales, médicos, adultos en general y por supuesto a los adolescentes y los niños que asisten a un desconcierto nunca vivido. Parece ciencia ficción, hemos dicho. Se ha comparado a una guerra, sin serlo. Aunque supera muchas veces las fantasías de guerras mundiales, químicas o bacteriológicas, reales o de los juegos de video de los adolescentes.
Como en las teorías de la enfermedad, surgen hipótesis que van desde el pensamiento mágico religioso, animista, a las tesis más cientificistas puras y algunas psicológicas que increíblemente pueden coexistir en la mente de una persona, o muchas a la vez, según el momento, la situación personal o incluso la desesperación de no entender del todo, ni su origen ni cómo enfrentarlo.
Se trata de un virus que escapa de un laboratorio, producto de un error o una manipulación genética, o es producto de contaminación por el consumo de animales que resultan extraños, inaceptables a una parte del mundo y con ello, lo extraño sostiene la posibilidad de desconocernos culturalmente, ignorarnos, atacarnos unos a otros en un momento de incertidumbre.
¿Es un mensaje del Universo, una lección que nos da la Naturaleza maltratada por esta civilización ? En todo caso ha resultado un golpe a la prepotencia y omnipotencia humana individual y colectiva.
Los investigadores en los laboratorios trabajan para determinar el genoma, hacen mapas de mutaciones, cómo rastrear los contagios y buscan vacunas. El personal sanitario de primera línea va tanteando a ensayo y error distintos protocolos de tratamientos posibles. Se empieza viendo como un síndrome gripal que pudiera complicarse en algunos casos y poco a poco como un agente patógeno de sintomatologías polimorfas que va dejando muertes de miles y miles a su paso. No hay unificación en dichos protocolos, ni siquiera en un mismo hospital, ciudad o país.
El contagio de humano a humano por las gotitas de saliva que se expelen, aún en personas asintomáticas, complica las cosas. Ante esta nueva peste, inmanejable, pandémica, que colapsa los hospitales, aparece un recurso medieval o aún más antiguo, la cuarentena, el confinamiento… la distancia entre unos y otros. Las puertas cerradas, las calles y ciudades vacías, desoladas, las fronteras cerradas.
Extraño es el virus y su procedencia. La extrañeza del adolescente y la que causa en los otros suele ser también una constante y en esta coyuntura aún más. El cuerpo se va haciendo desconocido, torpe en los espacios físicos y en los espacios emocionales y sociales. El adolescente vive angustiado, amenazado y amenazante.
La situación general y el adolescente comparten la incertidumbre y la ambivalencia. La incertidumbre del presente incierto, la pregunta de su historia, origen, pasado y por supuesto la incógnita futuro, ante lo cual los jóvenes como la mayoría de nosotros revive temores, renueva conflictos, ansiedades y defensas.
La regresión ha sido inevitable. El adolescente ha regresado a mecanismos infantiles y regresa ambivalentemente a permanecer más tiempo encerrado en casa con la familia, cualquiera sea su constitución.
Se ha idealizado en algunos medios la oportunidad que ha brindado el confinamiento para el encuentro familiar. Ha sido posible una mayor dedicación de los padres, encuentro con los hijos, juegos, momentos compartidos. Si bien esto es cierto en muchos casos o a ratos, también se ofrece como caldo de cultivo para muy diversos conflictos familiares, dada la permanencia y cercanía de todos, impuesta por el encierro. Un joven me relataba, refiriéndose a sus padres “aprovecho las salidas para irme a casas de amigos y dejarlos en su infierno. Están cada vez peor”.
En la dialéctica de encierro-seguridad-protección y salida-libertad-autonomía-independencia, tendremos la ambivalencia de querer y no querer ser niño, siempre un poco a contrapelo del deseo de los adultos.
Si la madre intenta infantilizarlo, protestará. Si trata de empujarlo a la adultez, también, pues aparecerán sensaciones de exigencia, abandono, exilio.
Los pares, los adultos, los líderes, también han tenido una regresión. Hemos padecido los embates del confinamiento, que se vivirán según las propias estructuras, necesidades, defensas. Se puede estar preso y sentirse libre, o en libertad y preso de otros o de sí mismo. Se da una suerte de simetría, que a veces unirá en lo similar y otras distanciará en los encuentros.
¿A dónde miran entonces los adolescentes?¿En qué espejo, en su necesidad de identificaciones y desidentificaciones? ¿Cómo rebelarse ante lo establecido, que ven desmoronarse en medio de lo desestablecido?¿Cómo mira el adolescente el mundo de los adultos?
Las primeras defensas maníacas nos asisten a todos. Todo el repertorio en torno a negar, minimizar los riesgos omnipotentemente, soportar las angustias de muerte, claustro, ruptura del orden y rituales cotidianos anteriores. Las proyecciones y los mecanismos primitivos aparecerán según las vivencias sean más o menos intensas en los registros de amenaza de muerte (por lo demás posible y constatada en el mundo exterior) y coincidentes o no con la mayor o menor ansiedad y persecuciones internas. Proliferan los chistes, ironías, descalificación del peligro y las medidas necesarias. En jóvenes con estructuras más fóbicas o rasgos paranoides quizás se desata desde un comienzo el horror a la amenaza, el confinamiento deseado y/o más angustioso.
La posibilidad de escape, de subversión, en el adolescente se manifiesta contra la Ley, a veces de forma más violenta, burlando la autoridad familiar y social, saltando por la reja de la casa o el edificio, en conflicto dentro de la familia o huyendo hacia adentro en un recurso conocido, su habitación, sus fronteras, su puerta cerrada. Se refugia en su mundo interno y sus pantallas, conocidas como medio de información, intercambio con pares, juegos solitarios o compartidos, iniciaciones sexuales o prácticas a distancia.
Los padres, los adultos, hemos tomado cada vez más también estos espacios que llaman virtuales, plataformas de trabajo a distancia, sesiones por Skype, grupos de encuentro y compartir amistoso o laboral. El mundo adulto ha iniciado una avanzada imparable para lo que antes en muchos casos era más ocasional e incluso motivo de cuestionamiento a los hijos: “Deja ya las pantallas. ¡Hasta cuándo!”. Dos palabras en torno a la educación y los maestros. Las escuelas usan y abusan de las clases y tareas a distancia. Esto aparece como un recurso extraordinario, para aquellos que pueden utilizarlo (dispongan de los recursos, la señal de internet, etc.). Los padres se quejan de tener a veces más carga docente que los maestros, con ayudas a los hijos agobiados de información y tareas que a veces sobrepasan su nivel y muchas su interés. Pero si la cuestión es de información y casi todo está en Google, y si se olvida lo vincular incomparable de la relación más profunda que conoce el alumno y sus profesores, sus compañeros, alimentada en el día a día, si importa más su destreza en expresar conocimientos, fórmulas o copiar y pegar para desarrollar un trabajo de crítica literaria sin haberse leído el libro, pues entonces los maestros, los profesores, están, estaremos, de más.
Se ha intentado compensar las ausencias, las carencias, con un exceso globalizado. Tareas, información, estadísticas, actividades, boletines médicos, noticias verdaderas y falsas y tutoriales para llevar mejor el encierro. Estadísticas de contagios y muertes y cuotas y culpas arrojadas de unos a otros, aprovechadas para un sin fin de intereses. Se han visto también innumerables muestras de solidaridad. Reconocimiento a los sanitarios y a otros ciudadanos indispensables para el funcionamiento de las ciudades y que suelen ser anónimos.
En el espejo del adulto se mirará el joven para desconocerse, diferenciarse, reencontrarse con lo mejor y peor de lo humano al descubierto. Tolerar el ensayo y el error, la duda versus la certeza, aunque parezca asombroso, puede haber sido tolerado muchas veces mejor por los jóvenes que por muchos adultos. Tal vez porque el adolescente ya está inmerso en un universo confuso de más preguntas que respuestas.
El ensayo y error no se lleva muy bien. Es más fácil combatir las certezas con otras. La duda presenta problemas de cómo desviarse de las verdades absolutas, terreno de las apuestas narcisistas. El joven necesita algunas certezas, incluso para combatirlas, oponerse, rebelarse. Esto ha dado la posibilidad de ver los matices para quedarse en el aire de la desidealizacion,la decepción o constatar unos padres y adultos erróneos, más vulnerables, reales, con quien también tener cercanía.
El adolescente es un ser en duelo. Se suman ahora restricciones, pérdidas o ausencias, separaciones de familiares, amigos, lugares, actividades y rituales cotidianos, cambios inesperados.
Si los excesos y la deprivación se viven cataclísmicamente y se reactivan fantasías destructivas del imaginario, el vacío y el sin sentido se imponen, tendremos un adolescente en el borde o cayendo al precipicio de la desintegración (trastornos de ansiedad, de conducta, de alimentación, violencia intrafamiliar o huidas transgresoras, estados disociativos, depresiones graves o psicosis), todo el manual de posibilidades clínicas existentes. Si el silencio ha podido servir como recurso para mitigar el ruido al que estaban, estábamos acostumbrados y surge como un espacio-tiempo de introspección, de encuentro consigo mismos y otros; si los maestros y otros adultos han acompañado como guías iniciáticos el recorrido, entonces se habrán encontrado puertas abiertas y salidas al laberinto.
El encierro ha podido ser para el adolescente una oportunidad de gestación para una salida a la luz exterior , en medio de realidades tan contradictorias con las que también se convive y que se plasman en sus producciones creativas, música, poesía, plástica, lo elaborativo en las representaciones de sus juegos, en los videojuegos de guerras y zombies amenazantes a vencer, héroes y pasajes de mundo hacia la salida del túnel, del confinamiento, de este viaje inesperado de la humanidad. La cueva como refugio para un viaje que se suma al recorrido iniciático laberíntico propio de la edad, ahora sometidos al confinamiento impuesto.
Si la contención, acompañamiento y afectos familiar, social, pese a todo lo contradictorio de los mensajes, ha aportado también “opciones suficientemente buenas”, eso pudiera tener un efecto regenerador, restaurador, que conduce a una posible salida con la mirada a un otro mundo (la adultez, en el caso habitual del pase adolescente) en este momento dando paso a ciertas identificaciones con instancias, posibilidades creativas, valores. Sin la ilusión utópica de “un mundo feliz y un hombre nuevo” pero sí de un pasaje de muerte-renacimiento, simbolizado en lo personal y colectivo. Con una mayor integración, que permite las reparaciones del sí mismo y el otro y el rescate de las luces y sombras, de lo humano, propio y ajeno.
Quizás lo peor que pudiera pasar es que no pase nada… que salgamos jóvenes, niños y adultos sin nada aprendido o por aprender. Cuesta pensarlo así. Siempre pasa algo. Queda mucho por observar, pensar, compartir y aprender de los adolescentes y de nosotros mismos. Encuentros como este y otros, son espacios posibles para ello.
Presentación en el Webinar IPA, 19 de junio de 2020.
Esther Aznar
Psicoanalista SPC
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