Comenzar a pensar en la histeria como una neurosis de pleno derecho es hoy por hoy una posición. En Julio de 1995, asistí a un panel en el que se consideraba la histeria 100 años después de las concepciones originales freudianas. Chasseguet-Smirguel, en una reflexión cuestionadora, se preguntaba si la histeria como tal existe en la actualidad y si puede ser explicada por la teoría sexual. Es frecuente escuchar que las pacientes que Freud atendía por el año 1895 no eran en realidad histéricas, entendiendo su patología desde diversas perspectivas alejadas de la neurosis. Muchos han sido los estudios que se han hecho sobre la histeria. Ha sido entendida como un desorden disociativo, como patología borderline, como defensa contra un estado psicótico. En la revisión que hice del DSM3-R, la neurosis histérica queda registrada como un trastorno disociativo, reuniendo bajo esa denominación nomenclaturas tan disímiles como personalidad múltiple, fuga psicógena, amnesia psicógena, trastornos por despersonalización… En otro orden de ideas se la ha enfocado como una estructura inconsciente, distanciándola de este modo de la escena de la fenomenología. No voy a detenerme en una polémica diagnóstica, ni tan siquiera polarizarme en una disertación epistemológica sobre si hablamos de estructura o síntoma. Quiero partir de la histeria en tanta neurosis que supone un yo suficientemente integrado, capaz de diferenciación entre un sujeto y otro, que mantiene relaciones de objeto, con una conflictiva situada en la dinámica propia del Complejo de Edipo. No hay duda, que diferentes patologías pudieran imbricarse en una histeria y afectar a un yo vulnerable que, aún con fallas en su constitución, se ordena como una estructura neurótica. Es cierto también, que un compromiso disociativo mayor puede incidir en que una organización neurótica se altere más fácilmente. La histeria es una neurosis. No es una neurosis narcisística, pero bien puede afirmarse que está muy tomada por el narcisismo. Es esta la perspectiva que he elegido, el escenario narcisístico de la histeria en la idea de aproximarnos a su organización psíquica temprana. Si bien el peso del conflicto recae en las vicisitudes de los complejos afectivos edípicos, en el encuentro del sujeto con su deseo intervendrá con fuerza la vertiente del amor y más específicamente del amor a sí mismo.
Fairbairn (1953), utiliza una metáfora a partir de la tragedia de Edipo, afirmando que considerar solamente el final del drama, que entiendo como la consumación del incesto y el cumplimiento de la castración, es ignorar el principio. Acota el autor, que todo drama es una unidad, señalando que Edipo estuvo privado de los primeros cuidados maternos cuando Layo, su padre, lo mandó a matar para escapar de la maldición proferida por Pélope de que moriría a mano de su propio hijo.
Recapitulando algunas ideas básicas, entiendo el narcisismo como la estructura que sostiene la puesta en marcha del psiquismo humano, concepto en el que me separo del enfoque del narcisismo como patología clínica, por las ideas que quiero considerar. En un trabajo anterior (1990), apuntaba que la constitución del sujeto parte de otro. El yo se va articulando sobre la imagen de un otro por la cualidad significante que le es atribuida”. Juega, por lo tanto, un papel central y como destaca Torres (1992), …”marca un tipo de relación que será un eje para siempre, que ni se supera, ni se desmantela, sino que deja efectos”.
En los comienzos de la vida psíquica prevalece el orden de la necesidad, de la supervivencia. Es la formación del sí mismo, del reconocimiento progresivo del otro, de la autoestima y de la valoración. Todo ello en el modelaje que ofrece la imagen de la madre a partir de la cual se construye la imagen propia. Los autores que han investigado este período de la vida destacan, de una u otra manera, la gesta narcisística que hace que un ser humano se constituya como tal. En la clínica son cada vez más los pacientes que presentan quejas sobre el amor, estados de insatisfacción, vivencias de vacío, depresión y angustia, y a quienes les resulta muy penoso trabajar sus conflictos, sintiéndose avergonzados, juzgados o privados de amor. De esta manera, el análisis, que lucía indicado, ofrece inesperadas complicaciones. Es la puesta en escena de la histeria arropada de la cualidad narcisística. Desde la mirada y desde la palabra pretende reivindicar el lugar del amor. Hay una falla en la relación con el otro, una imagen insuficiente que le dará un tinte particular al deseo en la pretensión de suplir otros pedidos. La histeria se mueve en la escena edípica y allí el deseo dirigido al objeto queda intervenido por la preocupación central de satisfacer el deseo del otro en la idea de resolver su falla de amor. Kristeva (1992), señala que la histeria se diferencia de otras estructuras por su habilidad para mantener ambos planos, no hay desorganización cognitiva profunda pero a costa de los compromisos sintomáticos variados. Desde la perspectiva que plantea la autora, quisiera considerar otras ideas. En 1937, en su trabajo “Análisis terminable e interminable”, Freud apunta a la castración como la roca de base que limita el análisis. La castración no se resuelve a no ser por la vía de la aceptación. Pues bien, algo similar ocurre con el narcisismo en tanto eje que engrana la vida mental del sujeto. Una organización psíquica inicial bien articulada no está exenta de fallas. Ninguna estructura se arma a la perfección. Es lo que llamo falla narcisística diferente de la falta edípica que refiere a la renuncia de los objetos incestuosos. Las vivencias edipicas producen efectos de grávidas consecuencias, pero un sujeto suficientemente integrado, con claras delimitaciones yoícas, y un sí mismo valorado posee la infraestructura suficiente para enfrentarlo.. Las vicisitudes por las que atraviesa el sujeto separado del complemento materno marcan con mayor o menor intensidad la falla narcisística. Lacan la define como la falla abierta que buscará colmar el deseo. Se traduce en una búsqueda incesante de ese otro para llenar la falta. Dentro de este registro toda decepción es experimentada como fisuras en la experiencia oral temprana a nivel de la respuesta sensualizadora, de la calidad amorosa, del suficiente erotismo de la superficie corporal. El cuerpo en la histeria ocupará un lugar preponderante como vía de expresión de fantasías aún sin llegar a las grandes conversiones de principios de siglo y como escenario privilegiado para la valoración fálica en la búsqueda de mostrarse y ser vista. Es una vía abierta a lo que otros aporten. Superar la decepción amorosa puramente narcisista, que la otra persona no es uno mismo, es parte de lo que significa el amor más allá del narcisismo. Aceptar una imagen incompleta es renunciar a buscar en el otro nuestra propia imagen.
Los aspectos infantiles y regresivos de la histeria muestran los efectos que ha dejado la relación con el pecho. La oralidad exacerbada en la histeria es la expresión de conflictos pre genitales con la madre de quien se espera satisfacciones totales. Freud (1933), subrayó la profunda significación de este vínculo, a pesar de la evidente oscuridad que marcó su comprensión psicoanalítica de la mujer. Destacó la ligazón libidinal y agresiva que hasta entonces había reservado para vivencias más tardías y las relacionó con la prehistoria del complejo de Edipo. Estableció, igualmente, un nexo entre esta conflictiva y la secuela que dejaría para la posterior relación con el padre y para la futura elección de pareja.
Muy cercana a las afirmaciones de Freud, Mc Brunswick (1940), subraya la relación del niño con su madre como el fundamento de su vida psíquica y la consecuente significación que comportará abandonar con éxito el primer objeto amoroso. La incidencia de la experiencia relacional temprana en la forma de vínculo adulto queda más que probada en la clínica y ello puede apreciarse en pacientes claramente neuróticos.
El siguiente material clínico muestra a una paciente en un vínculo particular con la madre que la compromete seriamente en su crecimiento en diversos planos amoroso, profesional, sexual. Rita se analiza conmigo hace 3 años. Su apariencia es la de una joven desenvuelta, algo aniñada. Con 20 kilos de sobrepeso, aspecto éste significativo por la connotación de erotismo oral, exhibicionismo y defensa contra toda posible aproximación genital, recurre a ropas neutras para esconder sus rasgos femeninos. Desde que la vi, plantea la preocupación central de quererse mantener como una niña cuidada por otros en contraposición con su anhelo, también muy intenso, de convertirse en una mujer con vida sexual, contraposición que marca el conflicto entre uno y otro camino en un tipo de discurso que se repetirá a lo largo del trabajo analítico: estar bien y estar mal, querer y no querer, moverse y no moverse, sufrir y no sufrir. Las fantasías recogen una suerte de amalgama donde los padres son incluidos como necesarios y eróticos. Cada uno de los dos personajes ocupa sus pensamientos en forma recurrente, la familia que tuvo, la que le hubiera gustado tener, los hermanos protectores, el padre espiado en su cuarto, la madre observada con sus novios. La recurrencia es precipitada por la muerte de ambos progenitores, el padre cuando tiene 6 años. Le explicaron que se fue al cielo, se tapó todo y no se volvió a hablar del asunto. Hoy en día destaca los mayores recuerdos en vida de su padre y la falta de los mismos después de su muerte. Rita es la menor de 7 hermanos, su embarazo resultó un acontecimiento totalmente inesperado para la madre. Desde muy pequeña se apegó a ella, quejándose de que no le prestaba demasiada atención. La paciente afirma que ella era la que se preocupaba por la casa, molestándose porque su madre no era de la misma manera. Vivía pendiente de sus estados de ánimo y de sus novios. La relación de mucho sufrimiento que tuvo con uno de ellos durante largos años fue un verdadero problema para Rita. Afirmaba que el novio era el centro de la vida de su madre, quejándose de que cuando aquel venía no se podía ni usar el teléfono. Se deprimía o se alegraba si él aparecía o no, objetando que dejaban todo sucio de botellas y platos. Comenta que una vez, tendría unos 14 años, los sorprendió besándose, se fue al cuarto y se echó a llorar. Cuando esa relación finalizó, Rita comenzaba muy entusiasmada a salir con un muchacho, pero su madre insistió en que viajaran juntas porque estaba muy abatida. A los pocos días tuvieron que regresar de emergencia porque la madre se sentía muy mal. Ya hospitalizada tuvo una hemorragia cerebral y se murió. Fue un golpe que la dejó en serias dificultades. Interrumpió sus estudios, abandonó el tratamiento psicoterapéutico que había iniciado y se trasladó al exterior donde vivían sus hermanos. Engordó mucho y desarrolló un intenso miedo a abordar situaciones de su vida cotidiana. No había elaborado el duelo por la muerte de su padre y la falta de la madre vino a significar una pérdida anunciada por cuanto le daba realidad a sus fantasías de rabia y culpa, efecto de la relación marcadamente dependiente que había desarrollado con su madre. Después de unos años culminó sus estudios pero mantuvo trabajos siempre ajenos a su profesión. Todo lo que comporte un compromiso cercano lo eludía, pasando mucho tiempo hasta que pudo iniciar su vida sexual que, aunque la disfruta, es bastante restringida. Tiene clara idea de su aniñamiento pero sintoniza particularmente con ello porque alimenta la fantasía de ser una “niña protegida”. Responde a la fantasía de que así tiene a su madre. Un sueño que puede ilustrar esto muestra como su deseo en relación al encuentro con un hombre en un plano manifiesto es prohibido por la palabra materna, pero en realidad encubre su profunda relación con ella. Dice: “Soñé con mi mamá, yo a veces sueño que está viva, estaban Julio, Susy y Alejandra. Mi hermana Susy le dijo que él era casado. Mi mamá empezó a gritarme. Yo estaba en bata y él abajo, no me dejaban bajar y se lo dijeron a mis amigas del trabajo. Yo me eché a llorar y le dije a Susy: “Gracias por habérselo dicho así”. Y ahí se acabó el sueño gracias a Dios. La paciente sigue diciendo: “A veces no me importa mucho una relación así, pero a nivel moral me parece que está mal. Nunca me habían llamado la atención los hombres casados (ahora sale con dos). Cuando mi mamá o mis hermanas me regañan me siento mal por eso. No es que me pese asíiii muuucho, pero no me puedo caer a coba que no me importa”. Le digo a Rita que yo la escucho en su sueño de otra manera. Me llamó la atención su frase: “Gracias a Dios que fue un sueño”, y el darle gracias a su hermana por “haberlo dicho”, parece mostrarla manteniéndose dentro del mundo de su madre, es así como su vida actual no varía mucho de cómo era su vida cuando aquella vivía, como si detrás de la prohibición estuviera el deseo de que no variara. La paciente insiste en algo que otras veces me ha dicho, se siente muy diferente a sus amigas, “yo me quedaba con mi mamá y en una época en que me llamaban mis amigas les mandaba a decir con ella que no estaba. Yo veía la sexualidad en las demás, no en mí. Es cierto que estaba muy excitada desde chiquita y me masturbaba todo el tiempo en la cama de mi abuela cuando a ella la bajaban, pero si mis amigas contaban de sus novios les decía “que rico”, pero no me sentía mujer, más bien un poco asexual. A veces lloraba con mi mamá, que mis amigas tenían novio y que Susy también, ella me decía que no fuera boba, me hacía cariños en el pelo y yo me quedaba tranquila” (es de hacer notar que en todas las sesiones ella se toca el pelo con movimientos cuidadosamente iguales). “Mi mamá por un lado me dejaba salir pero por otro estaba vigilándome, pendiente de mí cuando no lo estaba de su novio”. El relato de la paciente es característico. Rita parece vivir inmersa en los recuerdos de la vida con su madre hasta el punto de que es una verdadera batalla cualquier paso que da en función de lo que ella elige y que emprende por la satisfacción que le depara rescatar una vida propia fuera del cerco materno.
Rosolato (1962), muestra al histérico aspirando a la unidad totalizante. Destaca la paradoja que supone la búsqueda del retorno a la unidad con la madre por cuanto ese anhelo supone la angustia de fragmentación o de abandono. El drama ocurre al pretender una unidad en la que el sujeto se pierde. Se trata de un espejismo que de ser cumplido supondría la psicosis o la muerte. Se pone en juego lo que el autor llama la idealización histérica cada vez que se asoma la unidad porque se cumpliría la fantasía de ser definido como un sí mismo total. Todo límite es una fuente de sufrimiento al interpretarlo como aquello que impide la unidad y se constituirá en un precursor de la castración fálica porque, a sabiendas de que ésta es un símbolo específico para lo que ocurre a los genitales en la vertiente del deseo sexual, tienen en común que en ninguno de los dos planos, narcisístico o edípico, el sujeto puede acceder a la completud. La teoría lacaniana destaca que el nombre del padre explicita la castración de la madre al enunciar que el niño no es su falo. El significante completud marca un punto de encuentro entre la diferenciación de un sujeto y otro, la pérdida de la exclusividad y la castración.
La mayoría de los autores psicoanalíticos que han estudiado la histeria coinciden en señalar el carácter oral que comporta esta neurosis. Son conflictos orales que tienen que ver con una imagen insuficiente por la ruptura de la supuesta completud. La autoestima, con frecuencia muy disminuida, responde a un problema siempre de amor, de no respuesta frente a pedidos desproporcionados y la frustración que siente el objeto puede entenderse en función de la magnitud de las exigencias que formulan. Distintos enfoques apuntan que el amor adulto pretende recuperar aquel estado. Grunberger (1958), hace una acotación interesante cuando señala que la libido oral no busca el placer sino el objeto y, como consideraré más adelante, la histérica desconoce su deseo en el afán de ser deseada por otro, pretendiendo recuperar el objeto que en tanto se hace presente, ya no es más el objeto buscado para volver al punto de partida de una nueva búsqueda. Ese otro debe reparar la herida de la separación narcisística. Se trata de la aspiración sensual que desautoriza la sexualidad y advierte la falización del cuerpo no genital y la desfalización del cuerpo genital. El dolor de la insatisfacción según palabras de Nasio (1993), bordea la hiancia psicótica de la melancolía.. El sufrimiento ocurre por quedar detenido en ser el objeto deseado de ese otro objeto de sus fantasías inconscientes. Lo que veíamos en Rita recoge claramente esa suerte de petrificación en la demanda cuando lo constante de sus vínculos es ese pedido, no sólo de amor, sino de protección y cuidados que tan claramente refieren a la madre. Una respuesta llamativa de Rita es que cuando las amigas se casan, por cercana que haya sido la relación, se aparta, afirmando sentir mucha rabia por lo que ellas consiguen lo que, sin embargo, descalifica en tanto sigue privilegiando el vínculo con la madre.
La histeria es una historia de amor. La cualidad narcisística de la histeria revela el compromiso con el amor que se hará presente en su discurso. Ser o no amada, ser o no única, ser o no escogida serán cuestiones que siempre ocuparán su atención y si lo que consideramos es un problema con la respuesta en términos del deseo, nos quedamos con una sola cara del problema, permaneciendo oculto ese otro pedido, el pedido sin fin.
Laura llego a mi consulta cargada de pedidos. Le iba mal en los estudios, tenía miedo a los exámenes, se distraía fácilmente , se deprimía, no sabía si valía o no la pena lo que hacía…Y quería ver si yo podía hacer algo con todo lo que le sucedía. En su discurso la palabra valor aparecía con frecuencia. Siempre fue buena alumna, las madres de otras niñas la ponían de ejemplo. Estudiaba una carrera humanística muy cercana a la profesión de ambos padres y al llegar al tercer año comenzó a tener dificultades. Perdió una materia lo que vivió como un gran fracaso. Un tiempo antes la madre le había propuesto una cirugía plástica para arreglarse la cara y a ella le pareció bien. No tuvo mayores ocurrencias al respecto y pasó por alto que a raíz de esa operación su rendimiento empezó a desmejorar. Preocupada por agradar a sus profesores, algunos de ellos muy conocidos en su medio familiar, no quería decepcionar a nadie. A la par que admiraba a sus padres, tenía una postura calladamente cuestionadora. A la edad de 12 años fue con su familia a vivir en el extranjero, en donde se acentuó el temor a como iba a ser vista. También tenía fantasías de muerte hasta el punto que la madre debía calmarla constantemente. Laura comenzó su tratamiento. Los padres tenían cierto recelo y pedían ayuda en función del problema con los estudios. Su respuesta fue inmediata. Asociaba, estaba interesada y se relacionaba conmigo con un vínculo de mucho afecto, siempre dispuesta al trabajo analítico. Las dificultades reaparecieron cuando sus padres se fueron al exterior, coincidiendo con su último año en la universidad. El pedido de afecto, la espera de respuestas, las llamadas telefónicas fueron cada vez más insistentes. Parecía no ser suficiente lo que podía darle. Pude entender que quería que ocupara el lugar de la madre, desplegando el mismo tipo de relación, la búsqueda activa de que hiciera cosas por ella, lo que repetía con colegas cercanos a su círculo familiar y con los propios parientes con quienes vivía. Me hacía comentarios de lo que decían que yo debía hacer. Alguno de ellos llegó incluso a llamarme. Era evidente que me sentía exigida e incómoda, pero pude mantenerme trabajando mostrándole su disgusto y su espera de que era a través de mí que ella creía que podría funcionar. Las dificultades aumentaron con la cercanía de la fecha de los exámenes. Temores y dudas copaban las sesiones. Amigos, novio, fantasías sexuales, todo empezó a ceder a lo que ella esperaba de mí en tanto me había convertido en ese objeto desplazado hacia el que dirigía sus pedidos. Era una historia de amor pero, ¿con quién? ¿por qué?. Su postración progresiva ¿a qué obedecía?. Laura dormía mal, no quería comer. Se hizo más perentorio su pedido de que actuara como esa madre aseguradora de visos incondicionales que franqueaba obstáculos, violentaba normas y pedía tratos especiales en los períodos que Laura hacía crisis. Intentaba darle un sentido distinto a sus pedidos, sacarla de su advertencia “si no eres lo que yo quiero me enfermo”. Logró movilizar a familiares, médicos y amigos. Finalmente la madre, alarmada por lo que ocurría, vino del exterior, logrando rápidamente revertir la situación. Yo me convertía en un objeto condicional y por lo tanto inadecuado. Desmontar las angustias, conocer el dolor, digerir la privación y la pérdida no eran para ella. Una vez más la madre estableció su orden, intervino en sus estudios de manera tal que la hija no tuviera ningún problema y se la llevó. La respuesta angustiosa de Laura cedía repentinamente, ya estaba bien otra vez, era la misma de siempre. La conducta regresiva respondía en buena medida a que yo no satisfacía en la transferencia la respuesta actuada de la madre que, lejos de enseñarla a enfrentar la vida, le daba una visión distorsionada. Perrier (1984), afirma que el paciente organiza en la cura una reproducción del campo narcisista con el tipo de sordera que le es propio. Yo estaba clara que Laura repetía en el análisis la misma situación de peligro que en su inconsciente le provocaba angustia y mantener cierta línea de trabajo pretendía hacerla presente para así tramitarla, al decir de Nasio (1993), para atravesar la angustia. Actualizaba en la transferencia la búsqueda de un objeto de amor que le diera una respuesta más allá de lo establecido, de los límites acordados, a mi modo de ver, violentando la ley paterna en la ilusión de ganar a la madre para sí. Kristeva (1992), señala que el analista histeriza la transferencia cuando se identifica con el paciente hasta llegar a compartir su angustia. Llegué a dudar de mi trabajo con Laura y a plantearme si no debería haber respondido, al menos, a algunos de sus pedidos. Pasó algún tiempo, tuve dos noticias de ella. Vino a invitarme a su graduación lograda no sin las muletas de la madre. Unos meses después recibí una carta que me enviaba desde el exterior en la que me pedía una constancia de su análisis, credencial que podía avalarla para un curso que iniciaba.
La historia de amor característica de la histeria no se circunscribe a la historia de amor con un hombre, ni al escenario genital de donde parte el conflicto. En el caso de Laura el acceso a su definición de mujer separada de la madre hace crisis al acceder a un orden diferente al espacio materno. El hecho de que para la niña se trate de un objeto del mismo sexo y que tenga que cambiar su elección, forma parte del vínculo complejo que comporta el pedido de exclusividad, la consecución de un supuesto ideal femenino, sin dejar fuera lo que corresponde al deseo erótico que también se dirige a la madre y que reordenará en la resolución del Edipo.
La histeria es una neurosis y como tal no tiene sexo. Sin embargo, se la describe más como femenina. La cultura juega aquí un papel importante en tanto el inconsciente es significado por la ley y la ley la promulgan los hombres genéricamente hablando. El amor, en términos quizá algo simplistas, referiría a un problema más cercano a la mujer mientras que el cumplimiento de la exigencia como algo que atañe más al hombre. Las pacientes histéricas reproducen en la cura los problemas que tienen con el amor. Demandando afecto, esperando un trato especial, rivalizando con otros pacientes recrean escenas variadas que llegan a obstaculizar otros discursos. Nasio (1993), define histerizar como la erotización de una expresión humana aunque no sea de naturaleza sexual, afirmando que el histérico tiene todo un simulacro de sexualidad siendo como es un creador notable de signos sexuales. La necesidad de ser amado pertenece al orden de lo narcisístico, la demanda de amor se vuelve central y las figuras edipicas son buscadas para cumplir ese pedido. Esto no excluye ni la identificación ni el ejercicio sexual. Sin embargo, resultan afectadas. La identificación porque más que poderse identificar con el objeto, lo hace con una parte de éste, es decir, con su deseo. Se identifica con el deseo del otro para a su vez ser deseado. Esta búsqueda puede afectar el deseo sexual de diversas maneras, pero la queja sexual no ocupa el lugar principal, su queja es con el amor. La sexualidad, de esta manera, carga con un adicional de mantener la autoestima del sujeto. Los deseos son insaciables porque se dirigen a un alguien que pudiera representar al objeto original y a la postre nunca será resarcida de la herida de amor. No sin razón la histeria ha sido llamada la más primaria de las neurosis. Si bien la mayoría de los autores señalan la capacidad para preservar relaciones objetales discriminadas y completas, el problema de una relación insuficiente con el otro se advierte en que la persona resulta utilizada para que lo sostenga y para salvaguardarse de problemas más serios. Establece un círculo vicioso en tanto el uso del otro como apoyo es una devaluación de su propia condición personal y una agresión a su realidad psíquica, confirmándose como no viable sin ese otro ideal, inexistente por demás.
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