Dra. María Elena Abdulmassih de Giannone
La tolerancia e intolerancia femenina, se puede observar en las múltiples facetas de la vida de una mujer, como ama de casa, esposa, madre, amiga y también, en su papel como líder.
Empiezo esta conferencia sobre la tolerancia en la mujer, con la lectura de un diálogo de pareja, en el cual, se observa, la intolerancia femenina. Por favor, presten atención a lo que aquí sigue, ya que pienso, hacer uso de este ejemplo, en varios momentos de mi ponencia.
Antecedentes de esta historia:
Manuel y Leonora, una pareja que se ama, pero que tiene un “diálogo de sordos”, en el que ya no hay entendimiento, viene a mi consulta, por un problema de intolerancia. Al inicio de la terapia, cada uno dormía incluso en un cuarto distinto. Leonora siente que Manuel no es cariñoso, no la busca sexualmente, se ha vuelto cada vez más huraño, no habla, no comparte con sus amigas, dice que se ha vuelto un ser desconocido para ella, lo percibe depresivo y rígido. Manuel, por su parte, siente que Leonora, es impulsiva y no puede confiar en ella.
Manuel comienza a explicar en una sesión con Leonora, lo que para él, representaba su compadre y amigo, con el que había compartido desde su infancia. Manuel relata ostensiblemente risueño, experiencias maravillosas de lo que significó, para un ser aislado e inhibido como él, tener un amigo con quien compartir dolores y alegrías desde pequeño. Cuenta que aunque su compadre y él, eran distintos, porque Manuel no era muy bebedor ni mujeriego, ambos se respetaban mutuamente, se escuchaban y Manuel, no se metía a enjuiciar a su compadre en nada. Relata la primera y divertida salida de ambos, con la familia del compadre, a cazar en la selva, a acampar, a hacer submarinismo de aventura, deportes que a Manuel le apasionan y que sin embargo, tiene tiempo que dejó de practicar, luego de dicho esto, Manuel hace una pausa y le pregunta a Leonora, su esposa, si ella tenía algún problema en seguir tratando al compadre, sabiendo lo importante que era para él.
Leonora, nos sorprende con su respuesta, intolerante, radical, apasionada y dogmática, inesperada incluso, para la atmósfera de tranquilidad que ella misma había permitido crear en esta sesión, con su previa continencia del relato de Manuel sobre su compadre y amigo de la infancia.
Leonora exclama colérica a Manuel y llena de odio: “¡Claro que tengo un problema!. Pues resulta que mi querida amiga, era la legítima esposa de él, le-gí-ti-ma (deletrea); y luego de 20 años de matrimonio como mi amiga no quiso darle hijos, hasta que, el bicho ése, les asegurara un porvenir, el muérgano ése… E intercala y exclama: ¡Que lo juro por Dios y todos los santos, nunca más entrará en mi casa por lo que hizo! ¡Y me importa un carajo que sea tu amigo y el padrino de mi hijo! ¡Viene a dejar a mi amiga, porque una puta barata, de mala muerte, sale preñada de su bastardito!”.
Manuel le responde a Leonora: Parcamente asintiendo: “Ajá”.
Con el ejemplo de este corte del diálogo de la pareja de Leonora y Manuel, vamos a intentar comprender, cuáles son las raíces inconscientes de la intolerancia.
Reconozco en la intervención explosiva de Leonora que algo le pasaba, mucho más allá, de su ánimo habitual, de conciliar con Manuel.
Además, yo captaba que mi asombro ante la reacción de Leonora, era producido por un impacto estético, en mí, como observadora de la escena, que me llevaba a comparar, la actitud de escucha silente y permisiva de la comunicación de su pareja que Leonora, sí parecía haber mantenido en el transcurso de la sesión, que contrastaba intensamente, con esta última intervención que hizo Leonora, de manera tan dogmática, radical y subjetiva.
Usualmente ese es el efecto transferencial de gran desconcierto que percibimos cuando una persona apela inconscientemente a dogmas o imperativos para justificar sus actitudes y decisiones en la vida diaria. Ese rasgo de intolerancia, a veces poco evidente, lleva el atributo de cierre de la comunicación, de cierre de la colaboración en el trabajo del líder con el grupo. Ese “porque yo lo digo y punto”, que en nuestra historia actual desgraciadamente nos separa cuando afirmamos “no me reúno ni trabajo con ese, porque es de la oposición o del chavismo” posee más significados profundos de los que en apariencia creemos que tiene, en el momento en que nos quedamos atónitos al escuchar a alguien hablar así.
El uso abusivo y amplio de una gama tajante de epítetos singulares, crudos y emocionales, que se observan en esta exclamación de Leonora, deja en evidencia la aparición de un objeto dogmático extraño a la persona en cuestión, perteneciente al área de su inconsciente, que produce una ruptura de las metas verdaderas que uno se traza, como por ejemplo la conciliación y que está más allá, de cualquier tendencia extrovertida con razonamiento lógico. Esta aparición repentina de la intolerancia al otro, distingue y nos permite presumir y detectar un dogma, es decir, una ideología o creencia fija, rígida, arbitraria y subjetiva, que no es procesada por el pensamiento ni por el Yo como totalidad; estos imperativos dogmáticos, parece que incluso, más que ningún otro atributo de la personalidad, perturban la capacidad para la escucha en empatía receptiva del otro y del sí mismo, que en el caso de Leonora, era su esposo Manuel.
Veamos ahora, algunos antecedentes familiares infantiles pertinentes a Leonora, que yo enlacé, en aquél difícil momento de cierre de la comunicación entre la pareja.
Leonora me había relatado, en sesiones anteriores, un evento traumático infantil, que ocurrió durante un viaje de toda su familia a sus once años de edad, con su madre, su padre y también sus hermanos. El hecho ocurre, cuando partían todos del sitio, en donde se encontraban de viaje; allí, les sorprendió la presencia de una mujer, que cargaba un niño pequeño en brazos y otro tomado de su mano y que, frente a todos ellos, se colocó obstaculizándoles la salida del sitio y ante el evidente nerviosismo del padre; la madre dedujo y así mismo concluyó en ese momento la infidelidad de su marido, que les hizo saber a todos sus hijos, el padre de Leonora había engañando a la madre, con ésta mujer, con la que ya había procreado, estos dos niños.
Este hecho ocasiona la ruptura violenta de la pareja de sus padres, que se separan a los pocos días de suscitado tal evento, yéndose su padre a vivir con la amante, con la que luego procrea dos hijos más, en la misma ciudad.
Es necesario aclarar también, que Leonora cuando niña, adoraba entrañablemente a su padre, según los limitados recuerdos e impresiones gratas que guarda de él, hasta sus once años, en que por última vez lo vio; lo describe como un hombre encantador, lleno de virtudes, agradable, alegre, jovial, muy culto y que vivía la vida muy intensamente; también cuenta Leonora que con su padre, se llevaba mejor que con su madre; a esta, Leonora la describe como una mujer controladora, rígida, imperativa con sus disciplinas, con la que Leonora narra, jamás pudo tener una buena comunicación.
Luego de la separación de los padres, la madre de Leonora, les exige a todos sus cinco hijos que quedan bajo su tutela, una fidelidad arcaica, desconsiderada, absoluta y dogmática a su causa, decretando que nunca jamás, ninguno de ellos debía hacer contacto con su padre.
De sus cinco hermanos, es Leonora quien cumple a rajatabla, la solicitud de la madre. Aún a pesar de ser Leonora, la hija mayor, la preferida de su padre, y que ella hasta ese momento sintió una verdadera devoción por él. Les decía entonces, que es especialmente con Leonora, con quien la madre exige aún más, el cumplimiento de su desproporcionado, desconsiderado y retaliativo mandato; ya que incluso, le hace jurar a la niña, que no visitaría jamás, ni tan siquiera en el lecho de su muerte al padre, bajo pena de la madre quitarle, su derecho al estudio o la protección económica.
Pasados veinte largos años, y habiendo Leonora cumplido 31 años, ya casada, con su esposo Manuel y tres hijos habidos en la relación; recibe la noticia sorpresiva de la muerte de su padre, hecho del cual la entera su madre, en una llamada telefónica, causando una gran conmoción traumática en Leonora; quien apenas allí, comienza a lamentarse desesperada por su profundo equívoco, al comprender en retrospectiva, el tiempo desperdiciado en ésos veinte años de resentimiento con el padre, allí comienza a resquebrajarse la fachada de odio al que se hallaba adherida y presa, sometida al mandato de su madre.
Según Leonora, ella no podía haber deducido en ése entonces, el amor profundo que sentía por su padre perdido, que redescubre en el momento de su muerte; ya que recuerda que desmentía este sentimiento de amor en sí misma, cuando declaraba abiertamente, a la madre y a todos, sentir un inmenso odio por él; especialmente cuando evidenciaba, el proceder amoroso y generoso del padre frente al resto de sus hermanos, quienes, con excepción de Leonora, en algún momento de sus vidas, si habían visto y algunos incluso, vivido, con el padre rebelándosele a los dogmas de la madre.
Cuando en mis ponencias o intervenciones, invoco el hecho consanguíneo de que somos todos hermanos venezolanos, chavistas y antichavistas, y que tarde o temprano nos daremos cuenta de nuestro ciego actuar parcializado y dogmatizado, en el fondo intento prevenir el dolor que luego frente a nuestras diversas pérdidas, tal como ocurre con Leonora, tendremos todos al comprobar lo equivocados que estábamos.
Leonora descubre con la muerte de su padre, para su asombro, que había desperdiciado el tiempo de ambos en un injusto resentimiento y rencor inoculado por los deseos narcisistas y profundamente egoístas, que esgrimía la madre, en la forma de sus mandatos.
Tal es el arrepentimiento y el sentimiento de culpa inconsciente que aflora en Leonora y en su propia madre, ante la noticia de la muerte del padre, por su proceder equívoco y vengativo, que luego de que la madre le avisa de la muerte del padre, Leonora viaja desesperada a verlo, en su funeral y se encuentra allí a la amante del padre, junto a su propia madre, quién exclama al verla en un grito desgarrador: “¡Gracias a Dios que viniste Leonora!”
Después de relatarles esta dolorosa experiencia vivida por Leonora, que al igual que ella, tan frecuentemente traen otros pacientes, que consultan por sus profundas dificultades de amar a los demás y creerse con el fuertemente justificado, pero siempre equivocado y ciego derecho de odiar, paso de inmediato a contarles, el desarrollo del final de ésa sesión de pareja, que dejé a un lado esperando iluminarlos con estas consideraciones sobre Leonora.
Luego de la intensa reacción intolerante de Leonora, paso yo a recordarle a ella detalladamente, lo sucedido en su historia infantil desde los once años, hasta la muerte del padre, asociando todos estos hechos, con su historia actual con Manuel y el pedido de él, de mayor tolerancia por parte de ella, en relación, al compadre y amigo excluido. A partir de lo cual, le interpreté lo siguiente:
“Leonora, tal parece que sólo puedes escuchar a Manuel, no con el amor que dices tenerle, sino desde el lugar de los principios dogmáticos intolerantes y profundamente egoístas con los que tu madre te escuchó a ti y te hizo sufrir, ignorando igual que tú haces con Manuel, tu legítima aspiración de seguir amando abiertamente a tu padre y él, a su compadre, a pesar incluso, de lo que tu padre, le había hecho a tu madre y el compadre a tu amiga, su mujer. Mira, Leonora, ustedes vienen, aquí conmigo para crecer, sabemos que la relación de ustedes ha mejorado con la terapia, antes ni siquiera se podían ver, ahora, hasta el momento en que explotaste de esa forma, en gran parte de la sesión, yo personalmente observé, que tenían las manos entrelazadas, es decir, que han mejorado en su unión”.
A lo que Leonora y Manuel, asienten calladamente.
Y yo, continúo diciéndole a Leonora: “Bueno, así que tu vienes conmigo para permitirte ser más tolerante y dejar de sufrir en carne propia, el desamor que equivocadamente sientas, Manuel expresa con su actitud contigo. Pero no logras darte cuenta sin embargo, el gran desamor que conlleva tu actitud egoísta, prepotente y grosera de hoy para con Manuel, al privilegiar el rencor y el odio de tu amiga representante de tu engañada madre, por encima del amor de tu marido hacia su único amigo y padrino de tu hijo, su compadre; aquí parece que se repite la historia, en la que tú, Leonora actúas sin darte cuenta como tu madre, y Manuel representa a tu ser desvalido, como esa niña de once años, que fue tan desatendida en su derecho de amar por su propia madre”.
Aquí Leonora comienza a llorar, mientras que Manuel, le pasa su brazo por encima de los hombros, como sosteniéndola cálidamente, ambos emocionados, – también yo -, por lo que estaba apareciendo como comprensión de su reacción; y luego de un silencio, en el que la atmósfera de la sesión se vuelve tranquilizadora, Leonora agrega pensativa lo siguiente: “En realidad María Elena, la verdad es que, a mi amiga, la ex esposa del compadre, no la he vuelto a ver. Ella me ha llamado sólo dos veces en este último año, para pedirme cosas, pero ahora que lo pienso, en realidad, ella es una egoísta también. Recuerdo, no sé por qué, en este momento, la conducta egoísta de mi madre, ya que nosotros los hermanos, luego del divorcio de mis padres, vivíamos en un apartamento aparte y mi mamá en otro e incluso estoy recordando que el egoísmo de ella era tan extremo, que mamá en su apartamento tenía grandes televisores, beta, teléfono y nosotros en el nuestro, no teníamos nada, de nada. Y con dolor y llanto le dice a Manuel: La verdad Manuel, a mi no me importa que el compadre haya rehecho su vida aparte y puedes contar conmigo que lo voy a recibir bien en nuestra casa”.
Yo le respondo: “Ahora aquí conmigo, Leonora y con ese amor a toda prueba que te muestra hoy Manuel y con el coraje que tu nos muestras, de enfrentar tus verdades, estás en la oportunidad de comenzar a ser más comprensiva de verdad en tu acto de amar a Manuel, y comprender la naturaleza bondadosa y generosa del amor, que te permitiría mirar de otra forma, más comprensiva a los otros, no como sin querer, e inconscientemente lo hacían de manera egoísta tu madre y tu amiga. Eres tú Leonora, la que puede darle un sentido de verdadera libertad a tu vida, si eso logras”.
Después de este ejemplo, me gustaría reflexionar con ustedes ahora, sobre el tema de la tolerancia o intolerancia en cuestión.
Si comprendemos, a través de este material clínico, como un ser humano puede ser, infiel a sí mismo y a sus deseos verdaderos e infiel a los demás, identificado repentinamente con un aspecto primario dogmático, oriundo de algún rasgo impensado de sus padres, tanto como para de esa forma auto cercenarse su intenso derecho de amar; más aún los líderes de masa deben cuidar entonces, mantener a raya sus creencias dogmáticas en el peligro de que estas desvirtúen su encuentro respetuoso con los demás. Es en esos aspectos de nuestro hablar dogmático, que son la clase de imágenes crudas más primarias de nuestro inconsciente, sin prestar atención verdadera a lo que decimos o afirmamos tan radicalmente, en que el ser humano llega a fallarse a sí mismo, incluso a destruir su propia vida y también la de los demás. Sólo deténganse a observar en la historia de la humanidad, cómo los dogmas han originado, en el caso de Hitler por ejemplo, procesos destructivos en masa de individuos estigmatizados y destruidos por su delirante voluntad.
Es mostrándoles, los efectos directos de ceguera psíquica hacia el propio mundo interno, que producen, sobre el Yo de un individuo, sus aspectos dogmáticos, tanto que, con ellos, no logramos escuchar al otro, ni ser tolerantes con él, hasta equivocarnos tan irreversiblemente como Leonora lo hizo, al obedecer ciegamente el mandato de “No volverás a ver nunca más a tu padre, aunque le ames y ello signifique serte infiel a ti misma”, es que podemos tener el coraje de mantenernos activos en la consciencia de nosotros mismos y en respeto por los otros, por más que no compartan nuestras creencias.
Con sus dogmas, Leonora, sólo logró, el actuar, no de su ser verdadero, sino la activación, a través de una identificación parcial inconsciente con su madre, de un objeto maltratador que al final de cuentas, no le permitió escuchar sus más intimas verdades, tales como su entrañable amor al padre; así como, en lo actual, tampoco le facilitó explayar su propio ser amoroso libre de prejuicios y de viejos rencores, que efectivamente hubiera brindando amor a raudales, en la forma de una buena comprensión tolerante de la escucha de su marido Manuel, justamente cuando más se lo solicitaba.
Debemos concluir también, que ese aspecto dogmático primario, que poseemos, en alguna medida todos nosotros en nuestro interior, se active más fácilmente sobre aquellas personas que sentimos según su fachada, distintas de nosotros; ya sea porque no tengan nuestra condición social o económica, nuestros gustos, nuestra profesión, nuestro credo, nuestra ideología política, nuestra raza, o nuestra forma de actuar en lo moral.
Es muy posible entonces que equivocadamente nos erijamos en juzgadores de otro, con mayor facilidad, al estar ese otro juzgado, colocado fuera de la esfera del intenso amor narcisista que nos solazamos en tenernos a nosotros mismos.
Mucho más fácil aún resulta, que debido a que el otro, está fuera de nosotros y de nuestros intereses particulares, actuemos despiadadamente con él, en el momento en que toque nuestros propios intereses egoístas, y surja un “por que yo lo mando y punto” con el que muchas veces maltratamos a otro, que no recibe la atención necesitada por nuestros prejuicios, cuando tenemos alguna clase de poder, por ejemplo, si estamos ocupando un espacio para facilitarle a otros el ejercicio de su propio poder en la función pública; cercenándole oportunidades de manera arbitraria, – en su legítimo derecho, de ser respetado y pensar, como le da la gana, a su real saber y entender -, al activarse en nosotros ese poderoso e inconsciente núcleo dogmático parental, motivo por el cual fuimos víctimas, nosotros mismos, en la infancia.
Hasta aquí, he pretendido transmitirles el descubrimiento de los orígenes del rencor y la intolerancia dogmática, tal como se nos revela a los psicoanalistas en nuestra práctica clínica, ante la escucha atenta del otro, en una sesión.
Me gustaría ahora transmitirles la particular visión de la tolerancia que tengo yo como analista, extraída de mi experiencia. En todos los momentos de mi práctica psicoanalítica privada, cultivada con pasión y esmero, durante ya casi veinte años, en los linderos privados de mi hogar, y de la que obtengo, mis máximas realizaciones profesionales por el placer vocacional de trabajar con mis pacientes, me parece sentir el honor, de recibir de igual forma, a toda una muy diversa gama, de seres humanos; en ellos, sólo veo al ser que me habla, ya sea éste, un individuo blanco, negro o mestizo, rico o pobre, niño, joven, adulto o viejo, nacional o extranjero, homosexual, bisexual o heterosexual, profesional o no profesional, chavista o anti-chavista, judío cristiano o musulmán, corrupto o incorrupto, perverso, psicópata o neurótico obsesivo, político de oficio, militar, prostituta, ejecutivo, empresario, obrero, desempleado o niño de la calle.
Al final, sólo logro visualizar y ampliar la comprensión requerida, por quien sufre y me habla, cuando descubro al ser humano detrás de sus innumerables fachadas, fuera de todo dogma y juicio previo; y lo hago, a través de privilegiar en mí, una escucha libre de pre-conceptos y de mis propias teorías psicoanalíticas, libre de las particulares ideologías y dogmas primarios que también a mí, me pudieron hacer víctima de mis padres en la infancia.
Es una actitud de empatía la que me permite, “percibir realidades”, que ni siquiera se podrían percibir sólo conceptual o teóricamente, ni mucho menos dogmáticamente, pero que se acompañan, por todo el impresionante andamiaje teórico del psicoanálisis.
Quien me habla, siempre está más allá, pero mucho más allá de las fronteras dogmáticas e ideológicas que sólo nos separan, colocando absurdas etiquetas restrictivas, a los que percibo, como iguales miembros de la raza humana.
La tolerancia, en Psicoanálisis, se la nombra usualmente como la “capacidad de reverië”, también llamada capacidad para la ensoñación o capacidad para la contención; se define como la capacidad que adquiere el ser humano de contener a otro y de simultáneamente contenerse frente a otros.
Esta capacidad de contención frente a otros, de tolerar a otros, se desarrolla, si y solo si, siempre que se haya sido, previa y suficientemente, contenido y tolerado activamente, en los pensamientos por algún otro; se entiende, por tanto, que dicha capacidad, para el psicoanálisis, no es innata, sino adquirida. Si bien su desarrollo se ubica en la infancia, en su defecto, bien puede llegar a adquirirse, a través de las experiencias de contención brindadas por algún otro, en la etapa adulta, tal como ocurre en la terapia psicoanalítica.
Esta capacidad para la tolerancia, se desarrolla en el niño en contacto con su madre, siempre que en los momentos de mayor ansiedad, la madre sea capaz de calmar a su bebé, prodigándole un alivio a sus demandas y devolviéndole estas al niño, más metabolizadas, más pensadas en los propios sentidos del niño. Esto es, lo que en ultima instancia, proporciona el analista al paciente en una sesión de análisis también, el holding o espacio necesario para pensar sobre él, hasta que el paciente progresa y puede comprender y contenerse a sí mismo, al contener sus pensamientos y consecuentemente tolerar a otros distintos a él, en el futuro.
Para tolerar a otro, hay que tener disposición a escucharlo en el más absoluto silencio, en actitud casi reverencial y exclusivamente para pensar, lo que quien habla, nos está diciendo. Cuando intentamos escuchar a otro, para rebatir sus teorías o para defender las nuestras, no estamos en actitud de escucha, sino de pelea.
La escucha tolerante del otro, implica un alejamiento transitorio, sobre la escucha del propio mundo mental interno, logrado a través de una disociación parcial y una represión transitorias, activadas a través de la empatía; esta represión actúa, como un silenciador de las demandas internas del que escucha, el cual se libera, por un tiempo, de la carga propia de sus deseos, impulsos, fantasías, prejuicios, expectativas, dogmas, creencias, defensas y necesidades personales que perturban, distorsionan, coartan y muchas veces cortan la escucha, de lo que verdaderamente intentaba, comunicar el otro.
Veamos la tolerancia a través de un ejemplo de interacción madre hijo:
Llega llorando, desconsolado a su casa, un niño de cinco años, llamado Juanito, y al verlo la madre, mientras le abraza tranquila, le pregunta: “Juanito, ¿qué te ha pasado que estás llorando?”. A lo que Juanito responde a su madre diciendo: “¡me he caído de la bicicleta y me pegué!”. Y la madre le aclara: “Y te has dado un gran susto pensando que te has hecho mayor daño”. Juanito entonces, le muestra a su madre el raspón que se ha hecho. Y la madre lo observa, mientras le calma diciéndole: “bueno, no fue tanto, esas cosas a veces nos pasan, ven que te ayudo a limpiarte el raspón que te has hecho y te pongo una curita que te lo cubra”.
En este sencillo ejemplo, Juanito es capaz de desarrollar una continencia de su ansiedad de haberse hecho un gran daño, calmando su desconsuelo a través del pensamiento, porque observa la actitud continente de la madre frente a él y logra un registro aproximadamente real de lo que a él, le está pasando. Obvio es que si la madre, es capaz de contener las ansiedades del hijo, es porque previamente ha sido capaz de contener a través de su propio pensamiento, sus propias ansiedades, deseos y necesidades narcisistas.
Otro sería el resultado para el desarrollo de la capacidad de tolerancia a la frustración en Juanito, si la madre tuviera dificultades en pensar sus ansiedades y deseos narcisistas y hubiera reaccionado con su subjetividad, ante el hecho ocurrido a Juanito. En este caso, atribuyéndole un significado egoísta dogmático o subjetivo de ella a lo ocurrido. Ante ese escenario distinto, el mismo Juanito, vería perturbada a futuro su capacidad para contener sus propias ansiedades y pensar lo que le ocurra desde una perspectiva realista de sí mismo, como algo propio de su edad, como algo natural del crecer y aprender a montar bicicleta.
La madre incluso desde su narcisismo patológico, puede hacerle sentir al niño una gran confusión, si a lo comunicado por él, se le ha arrancado su significado verdadero propio, sustituyéndolo por un significado dogmático. Como sería por ejemplo, algo así, como:
“Eso te pasa, por no hacerme caso y no traerme el agua que te pedí hace rato, antes de que salieras. O eso te pasa, porque Dios te castigó. O eso te pasa por esos oligarcas o chavistas de mierda”.
Otro también sería el resultado, que puede provocarle al niño incluso, un estado de mayor ansiedad, hasta llegar a los estados de pánico. Si supongamos que en el momento que Juanito, le comunica desconsolado a su madre, que se ha caído, en el fondo esperando que la madre se haga cargo de su angustia y lo contenga. Y la madre incontinente, vive angustiada pensando que algo malo va a pasar, y entonces siente, que es ella misma la que cae, y no contiene su propia ansiedad previamente y perdiendo todo referente, comienza a gritar como loca, desesperada, que llamen a un doctor, que el niño se ha fracturado, etc.
En estos casos, usualmente el niño desarrolla la capacidad de hacerse cargo de todo el mundo, a través de la creación de un falso sí mismo, sobre adaptado precoz, al estilo de lo que le ocurrió a Leonora, cuya tendencia al aislamiento de sus verdaderos afectos, podía disimular ser un odio justificado al padre y al compadre por una incapacidad de comprender sus propios sentimientos, tan disociados y disfrazados por su angustia frente a una madre que no tenía la capacidad de comprender sus errores en la relación con su esposo, sin culparlo solamente a él de la infidelidad, que al final de cuentas es el producto que se cosecha entre ambas personalidades en los miembros de una pareja.
Quiero finalmente, dirigirme a ustedes, pensando algunas palabras sobre la tolerancia de ustedes como líderes femeninas.
Tremenda responsabilidad nos toca como mujeres, madres, hijas, esposas, amantes, amigas, compañeras, colegas, estudiantes, educadoras, sociólogas, psicólogas, doctoras, abogadas y líderes, en esta vida y en este preciso lugar del mundo. Con sólo ver como tenemos en este Estado, deambulando por sus calles, a niños abandonados y maltratados, prostitutas adolescentes, niñas con embarazos precoces, jóvenes delincuentes, indigentes, drogadictos y adolescentes perdidos en su perspectiva de futuro, tenemos por clara imagen asociativa, que deducir la clase de deterioro moral, social y mental que existe en el interior de nuestras familias, en nuestras casas, nuestros colegios, nuestros barrios, urbanizaciones y villas.
También tenemos que deducir el daño que ocasiona el servidor público que supuestamente posee una loable tarea en el servicio de los demás que sólo cumple, según los intereses dogmáticos o necesidades narcisistas y partidistas.
Es como si yo, a cuenta de que soy una médico psicoanalista venezolana y zuliana por cierto, me sea referido un paciente por parte de un médico cubano y por mi regionalismo dogmático y profesional me ofenda y no se lo vaya a agradecer al otro médico, vaya a hablar mal de él o incluso vaya a maltratar a dicho paciente. Rompería con ello, con todos los principios deontológicos y éticos de mi profesión médica y con mi tarea de atender y servir a quien me necesita.
Veamos entonces ¿Cómo supongo yo, que debe ser la tolerancia en una mujer líder, que trabaja en el área de lo público?
Creo que dicha tolerancia debe ser entendida como su capacidad, de no desnaturalizar nunca el sentido, de lo que hace, por sus creencias y por creerse más que los demás, sino de poder mantenerse y tolerarse como mujer íntegra, confiable y segura en un adecuado maternizaje de los demás y de sí misma. Ello implica que una líder debe estar consciente que su posición la coloca como ejemplo a seguir de mucha gente que la rodea.
Aquí tengo forzosamente que entrar en consideraciones sobre el poder y su inevitable articulación con la tolerancia femenina, en el servicio público. Vemos como el poder cambia a las personas en general, también a la mujer, hay muchos ejemplos de ello, una era aquella que conocíamos antes de alcanzado el poder y otra muy distinta la que es, después. Peor, generalmente. Aunque hay sus dignas excepciones. Pero como afirmaba Simón Bolívar, el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Yo le agregaría, siguiendo la idea que deseo transmitirles, el poder nos corrompe si quien detenta el poder en nosotras mismas, se confunde.
El término poder deviene del latín potere, que tiene dos vertientes distintas según el diccionario de la Real Academia Española. En un sentido, constituye una aptitud, capacidad, potencia, o facultad de hacer algo. Y su otro sentido acentúa el dominio que uno tiene o ejerce sobre algo o sobre alguien.
Dichas definiciones sobre el poder, – poder de hacer efectivamente algo por los demás y poder de dominar a los otros -, calzan con dos estructuras mentales muy distintas de las que hemos venido hablando en los ejemplos que les he ofrecido sobre la tolerancia.
Considero que el poder que se ejerce para apoderarse del otro, para imponerse al otro, es el típico de la intolerancia dogmática, de la impostura entre lo que se hace y se dice, típica del narcisismo patológico o de muerte. Con esta clase de poder, vacío de sentidos, se le puede hacer mucho daño a los otros y a la sociedad.
Pero el poder no siempre hace daño, también logra hacer bien, especialmente si se sostiene en la verdadera tolerancia de una misma y la escucha receptiva de los otros, ese es el poder que llena, que produce grandes satisfacciones, que sirve para hacer efectivamente algo por los demás, que es producto en la mujer no de su competencia con el hombre ni con las otras mujeres, sino de su competencia con aspectos débiles de ella misma, que desde la esfera de poder, está sometida continuamente a confrontaciones, que lastiman su autoestima.
El poder en el narcisismo de vida, propicia la empatía, la comunicación sincera y objetiva de la verdad por encima de cualquier cosa, es el poder de coherencia entre los actos y las palabras, el que da la mantenida consciencia autocrítica de una misma, el amor sano a una y al trabajo que realiza, el respeto y reconocimiento de los derechos de los otros, el que nos permite una verdadera expansión vital y los logros sociales perdurables.
¿Qué pasa entonces que el poder parece, que no nos embellece, sino que nos vuelve unas amargadas, ingratas e irrespetuosas con todo el mundo?
Creo que ése es el mayor riesgo que puede sufrir una mujer en posición de poder, el de “creerse poderosa”, por el cargo que ocupa, y perder la perspectiva de sí misma, su real capacidad para la tolerancia de los otros, que debe ser mayor y más efectiva, debido a la responsabilidad en masa que adquiere por el cargo que ocupa.
Es así como una mujer líder, no debe nunca desfallecer en su lucha constante de tener un mayor control sobre sí misma, una gerencia inmensa de sí misma, para con ella, promover una moral de grupo distinta a las demás y un manejo más adecuado de los otros a su cargo.
Nuestra omnipotencia y nuestra soberbia, junto con los núcleos dogmáticos que he descrito, son las grandes enemigas de las capacidades reales de una mujer y de cualquier ser humano. Estos atributos promueven situaciones caóticas que angustian a la mujer verdadera, a esa escondida en la fachada del poder, y la atrapan en intensos sentimientos de culpa igualmente poderosos, que expían inconscientemente, empobreciendo sus funciones, así como desmantelan e inconscientemente sabotean la autoridad que ellas mismas representan, aniquilando lenta y progresivamente, sus mejores características personales, perdiendo así, una extraordinaria oportunidad de servir a los demás, oportunidad por la que quizás lucharon previamente durante toda su vida.
También contribuyen a ello, las distintas personas del entorno de una mujer en ejercicio de poder, – quienes vale la pena recordarles -, sólo mientras detentan ustedes el poder y “les dura la magia”, tienden como “niños enamorados” a negarles sus defectos, y a engrandecerles sus supuestas virtudes. Enfermando aún más, nuestro peligroso narcisismo femenino, y manteniendo así, una intensa idealización primitiva irreal de ustedes. Que si pierden, su perspectiva realista de la situación y de ustedes mismas, entonces pierden todo, ya que se conducen como si se creyeran con el derecho de ser el centro de la vida de los demás, cual reina de belleza des ubicada, colocándose en una situación de minusvalía dependiente frente a sus verdaderas capacidades y potencialidades. Debido a ello, es que necesariamente deben ustedes esperar contar siempre en el entorno más intimo que les rodea, en su entorno familiar, con personas que mantengan su capacidad de autonomía frente al poder y conserven su mayor objetividad neutral en presencia de una mujer en posición de poder.
Creo que siempre es bueno recordar, para finalizar que el poder siempre despierta estas idealizaciones indebidas e irreales en los otros y que sobre dichas idealizaciones, es que los otros mágicamente les transfieren una sensación de grandeza indebida al poder personal e individual que ustedes tienen y de ésta forma, alimentan su sensación irreal de dominio sobre los otros y sobre la situación, que creen entonces estar haciendo “demasiado bien”; es decir, en el inflado de vuestro ego femenino, les enferman la objetividad, con lo cual les impiden ejercer con sencillez y sensatez, su capacidad real de promover cambios en una sociedad que con tanta urgencia, nos necesita cada día más cuerdos, a todos.
Muchas Gracias.