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Problema metapsicológico de la frecuencia de las sesiones

Norberto C. Marucco (Buenos Aires)  FORO de FEPAL

Invitado por Fepal a participar de este Foro para expresar mi opinión sobre el tema de la frecuencia de las sesiones y su fundamentación metapsicológica, intentaré aproximar algunas reflexiones que quizás puedan servir de estímulo para el debate.

El tema se inscribe en la problemática de la definición del encuadre en psicoanálisis, y sus eventuales modificaciones. Más allá de las diferentes opiniones que este difícil tema genera, creo que habría consenso en cuanto a que es la clínica misma la que condiciona los cambios: básicamente, las características de la psicopatología y las posibilidades de acceso terapéutico. Por supuesto debemos considerar como factores de incidencia, entre otros, el avance en el desarrollo de la metapsicología, el contexto socio-cultural (incluyendo el factor económico), la transferencia social hacia el psicoanálisis, etc.

El psicoanálisis “clásico”, por decirlo así, nos refiere, casi de manera exclusiva, a la clínica de la represión, del inconciente reprimido, sexual y significante (que podríamos definir como sistémico), cuyo abordaje atraviesa las vicisitudes de las neurosis de transferencia. En este contexto teórico el conflicto psíquico se tramita por la represión que secreta en el inconciente uno de los polos del conflicto, y a cuyo contenido se puede acceder vía un camino regresivo semejante al del soñar, que va iluminando las líneas asociativas hasta llegar al lugar del recuerdo, donde quedó reprimido y capturado el deseo. El encuadre se define, entonces, por los conceptos de represión y de regresión,  del mismo modo que definen el soñar. En la técnica lo representarían el diván, la asociación libre del paciente, la atención flotante del analista. Y una frecuencia de sesiones que facilita la situación regresiva (situación que tiende a confundir y al mismo tiempo discriminar la actualidad del aquí y ahora con la rememoración del pasado reproducida en transferencia).

Ahora bien, con “Recuerdo, repetición y elaboración” (Freud, 1914), aparece el concepto de acto, de agieren, en lugar del recuerdo, que trae a luz el hecho sustancial de que hay algo que no se puede recordar. A partir de ahí la cura analítica ya no pasará sólo por el olvido y la memoria; no será sólo rememoración, sino además la recuperación en actos de aquello que no se puede recordar. Se nos revela aquí un inconciente que no se expresa a través de significantes verbales,  sino del acto, de la puesta en escena. En el psicoanálisis contemporáneo el acting out  no será considerado sólo como una resistencia a la cura (producida, por regresión, en la transferencia, y fomentada por la alta frecuencia de sesiones), sino como un acto en el que se visualiza una historia que jamás podrá ser contada ni revelada en palabras, sino en conductas. Las palabras deberá ponerlas, en todo caso, la construcción del analista;  y el trabajo elaborativo suplantará la tarea de recuperar recuerdos.

Por otra parte, a partir de “Más allá …”  (Freud, 1920) la reconceptualización del trauma en el psicoanálisis pondrá en cuestionamiento el protagonismo del deseo como único motor del psiquismo. Conocemos el recorrido posterior: la repetición del trauma, de aquello que nunca produjo placer, la puesta en acto y la formulación de la pulsión de muerte. Los hechos reveladores de la clínica son, entre otros, los fenómenos de la reacción terapéutica negativa, los que fracasan al triunfar, el sueño como repetición en las neurosis traumáticas, etc.

La expresión a través del acto implica también una forma de retorno de lo reprimido, pero implica una modalidad psíquica particular que se presenta con las características de la repetición. Repetición de los fragmentos y ramificaciones del Edipo, del narcisismo herido y de las huellas mnémicas que llamé ingobernables, por ser incapaces de ligadura con el proceso secundario. Repetición en acto,  historia contada sin palabras, que requieren caminos de acceso diferentes a  los de la búsqueda del recuerdo y la interpretación de los significantes. Entonces, ¿la frecuencia de las sesiones será motivada por el contexto socioeconómico? ¿O será que el psicoanálisis empieza a movilizarse hacia la interpretación del acto, tanto dentro como fuera de la sesión?  (En “Recuerdo, repetición y elaboración” Freud nos dice que el individuo repite no sólo en la relación con el médico sino en todos los sectores de su vida). Entonces, los “otros sectores” de la vida del paciente, su vida real, no es un epifenómeno  resistencial de la realidad psíquica. Es parte de esa “otra” realidad, también  psíquica, que tenemos que observar con los datos que trae la repetición de las conductas. Pero, si la atemporalidad del inconciente nos da la misma esencia del eterno presente, ¿para qué entonces volcarnos a la regresión? Y, si la clave del análisis no fuera sólo producida por el movimiento regresivo ¿por qué entonces la exigencia de una alta frecuencia de sesiones durante todo el transcurso de un análisis?

El acto, empujado por la compulsión a la repetición vinculada a la pulsión de muerte (compulsión mortífera, como la llama Green) demanda del analista un trabajo de ligadura, de investidura, que debe montarse sobre la estructura de un tejido psíquico con huellas coaguladas con ausencia de sentido. Se trataría de romper con la circularidad de la repetición para lograr incluir al paciente, a su funcionamiento psíquico, en la  temporalidad del devenir con posibilidades de cambio, de transformación. (No por nada Green define como “asesinato del tiempo” al estancamiento que produce este tipo de repetición). (Green, 2001). Entonces, el acento pasa del polo del paciente, en su regresión, al polo del analista con su apuesta pulsional de ligadura, de investidura (Marucco, 2003a). Pero será necesario atravesar una etapa intermedia, cuyo recorrido podríamos sintetizar, esquemáticamente, más o menos así: del tiempo asesinado de la repetición, sin ningún tipo de ligadura, ir al encuentro de lo que podríamos llamar  un tiempo vacío, transicional, que implica ya el reconocimiento de una ausencia en el campo analítico. Será recién desde allí que se abrirá la posibilidad de creación de un tiempo nuevo, construido. En esa situación transicional se mueve el psicoanálisis moderno.

Ahora bien, una vez recuperada en transferencia esta historia en acto generada por la apuesta pulsional del analista (que va más allá del concepto de contratransferencia), y producida la ligadura, veremos entonces emerger la pulsionalidad del paciente, y, junto con esta pulsionalidad reprimida, aparecerán los síntomas y su núcleo de angustia (Marucco, 2003b). Y habrá llegado, ahora sí, el momento de un movimiento regresivo, necesario para el análisis de lo inconciente reprimido contenido en esos síntomas. El análisis virará entonces de una o dos sesiones semanales a tres o más sesiones para que el movimiento regresivo ayude a desmontar lo reprimido por la represión, y la cura se reoriente ahora hacia la recuperación del recuerdo. El análisis ya no será entonces un proceso lineal predeterminado desde una teoría sino que seguirá el derrotero que la vida psíquica del paciente le vaya marcando. En suma, momentos de un análisis:  lo construido en el acto, lo recuperado por la ligadura, y lo recuperado como memoria olvidada, y en particular una frecuencia de sesiones adecuada a cada momento analítico.

Voy a terminar recordando una intervención de Winnicott con Guntrip (1975, pág. 23), cuando este último va a verlo luego de su interurmpido análisis con Fairbairn. En la primera entrevista, y luego de escuchar el relato de Guntrip durante el cual le había manifestado la amnesia del trauma por la muerte de un hermano, Winnicott le interpreta: “No tengo nada en particular que decir, pero si no hablo usted puede empezar a sentir que no estoy aquí”.  Esta intervención legitima, a mi entender, un tipo de contrato analítico que privilegia un encuadre con la flexibilidad necesaria para hacer evidentes aquellas zonas del aparato psíquico que es necesario analizar, en los pacientes de hoy y en las condiciones de un analista de hoy. Y en este marco se incluye, a mi entender, el tema de la mayor o menor frecuencia de las sesiones.

Para finalizar, y en procura de una mayor precisión: se trataría de elaborar un encuadre que permita incluir cada vez más un “espacio de trabajo” –al decir de Green – que facilite la transformación de la fuerza de la pulsión en representación psíquica.

 

BIBLIOGRAFÍA

Freud, S.

(1914): “Recordar, repetir, y reelaborar”, Amorrortu Editores, Tomo XII

(1920) “Más allá del principio de placer”, A.E. XVIII

 

Green, A.

El tiempo fragmentado, Amorrortu Editores, Buenos Aires

La Diacronía en Psicoanálisis, Amorrortu Editores, Buenos Aires

 

Guntrip, H.

(1975) “Mi experiencia analítica con Fairbairn y con Winnicott. ¿Hasta qué punto es completo el resultado de la terapia psicoanalítica?”, Revista de Psicoanálisis, Tomo XXXVIII, 1981.

 

Marucco, N.C.

(2003a)“El analizando de hoy y lo inconciente. (Acerca del concepto de zonas psíquicas)”, Edición Especial de la Revista de Psicoanálisis de la Sociedad Psicoanalítica de Porto Alegre (SPPA).

(2003b)“La angustia en las patologías neuróticas” (Panel del Symposium Anual de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

 

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