*Psicoanalista Didacta, en ocasión de Cine Foro para SPC, en tiempo de estreno del Film (1986).
La apreciación de una película desde el punto de vista psico-
analítico supone algún tipo de acercamiento con el material
observado. En anteriores oportunidades me ha impactado la
trama, o la coherencia de la dirección, o el logro en la in-
tegración de los diferentes elementos fílmicos. Ninguna de
estas razones justifican, en esta oportunidad, mi interés.Muy
al contrario, “Nueve semanas y media” dejó en mi la sensación
de una película insuficiente e irregular. Hay un argumento,
la perspectiva de una relación heterosexual, pero falta de ma
nera significativa la derivación psicológica del porqué la re
lación Liz-John se plantea de esa manera.
Las angustias, los conflictos, la ruptura final no tiene rele-
vancia porque el film se limita a poner en escena una histo-
ria, pero tal historia parece accidental, secundaria al obje-
tivo de presentar en un lindo envoltorio estético un producto
erótico de asegurado consumo. La pobreza de la línea narrati
va y un planteo dramático deshilvanado parece particularmente
ilustrado en Liz. Hay escenas que asoman una aproximación a
su mundo interno. Su relación con el viejo pintor divorciado
de una realidad sin respuesta, deriva alguna actitud reflexiva,
pero se interrumpe el planteo y de nuevo volvemos a las secuen
cias planas. Adrián Lyne, el director, es un profesional en-
trenado en el acto de vender puesto que viene del medio publi
citario. Toma el guión de una “mediocre novela erótica” (Eli-
zabeth McNeill) pretendiendo atraer al espectador con la bri-
llantez e impecabilidad de la imagen. Lyne propone con John
personaje lleno de atractivos, de detalles con los que seduce
y fascina a Líz, .un planteamiento estético en el que se agota.
Las proposiciones son truncas por la imposibilidad de trascen
der lo temporal, como en el caso de una relación que sobrepa-
se el encuentro sexual, de suerte que “Nueve semanas y media”
pasa a representar la delimitación más allá de la cual no hay
lugar para la persistencia de un afecto vinculante,—un lazo
que mantenga un sentido diferente al sentido inmediato de la
satisfacción erótica.
La película dá pie, sin embargo, para incursionar en el mundo
de la relación de pareja desde el punto de vista de la sexua-
lidad, del amor, de la pasión, de la perversión. Centraré mis
apreciaciones en dos montajes: Líz o la que sufre la pasión –
con el ingrediente del amor y John el que induce la pasión con
el componente de la perversión.
LIZ: LA PASION Y EL AMOR
Líz, joven divorciada, hermosa, rubia, se nos muestra dentro
de la línea esquemática de la película, sensible y dispuesta
para encontrar en John un objeto sexuado, un objeto de deseo
y eventualmente un objeto de amor. El atractivo que ejerce el
mundo de él se convertirá en fascinación. Su actitud será la
de agradarle para ganar su amor, cuidando actuar las fanta-
sias que propone e identificándose con su deseo. Progresiva-
mente se dará cuenta que ganar su mirada implicará mostrarse
como un objeto incondicional a sus demandas. Se vá conviertien
do en objeto narcisistico en términos de lo que a él le satis-
faga. “John” dice: “¿no me vas a preguntar si me gusta?” “No”
dice él. No hay perspectiva de ser considerada como un al-
guien que importa, que tiene un mundo, que tiene un espacio.
La sobrevaloración de John, que se muestra como un ideal, con
un gran poder de excitar su deseo, traerá aparejada la dismi-
nución de su yo, no solo como consecuencia de colocar en el
otro el lugar de su ideal, lo que inevitablemente la empequeñe-
ce, sino porque la relación le irá mostrando toda la asi-
metría entre la falta de entrega de él, su misterio, su casi
inexistencia en tanto no se trate del tiempo sexual, en con-
traposición con su deseo de compartir y el sufrimiento por su
falta. Ella mostrará algo de esta asimetría cuando dice: “No
puedo entender a ese hombre, a veces es fácil saber como es
alguien, o como terminará todo”. No saber, sufrir sola, su –
desinterés por lo que no sea pensar en el John ausente, en ese
John que se va haciendo necesario, con el que va creando un
lazo hipnótico nos permite considerar que Líz vive una pasión
amorosa que la va comprometiendo en un vínculo arriesgado. Ha
ce lo que él le pide, se degrada como objeto sexual, su nuevo
mundo es centrarse en el deseo para alimentar una esperanza –
de placer y, por qué no, una esperanza de retribución. Aspi-
ración fallida al elegir un objeto en el que se concreta la
patologización del amor, con el divorcio entre el amor-afecto
y la sexualidad. Líz, sola, después de un fracaso matrimonial
con una sexualidad disponible, responde rápido al deseo que –
despierta. Encuentra en el ideal excitador que John represen
ta el brillo para su transcurrir cotidiano. La apariencia de
fragilidad al comprometer los afectos y colocarse en posición
de sufriente, muestra, sin embargo, una estructura más cohe-
sionada, capaz de separarse a partir del rebajamiento progre-
sivo de su calificación yoíca. El abandono de esa relación
supondrá la recuperación de un sí mismo amenazado y el resca
te del sentido de realidad al descubrir que el compartir no
sobrepasa los límites de la cama.
Aunque Líz accede a las condiciones para el goce sexual, el –
carácter amoroso de su vínculo se adivina en la nostalgia –
por John. Es un ser en el que piensa, con el que busca otro
intercambio terminando por reconocer que el juego erótico es
el único espacio posible para el acercamiento. Ella introduce
la palabra en función del vínculo: “te quiero”; él, las calla
en tanto no correspondan al deseo hablado. Liz no puede hacer
el pasaje de la pasión al amor en tanto no es asegurada como
objeto de amor, sino confirmada como objeto sexual.
Va encontrando en John una fuente de placer pero tal,placer –
se va convirtiendo en un necesario, excluyendo así la duda,
la crítica. El acento más pasional se evidencia en el monto
de afecto que pone en John aún en la aceptación de situaciones
que la degraden. Ella no es fuente de sufrimiento para él, y
aunque finalmente el director quiere maquillar a John con un poco de
nostalgia por la pérdida, no alcanzará para recubrir el compor
tamiento de desafectación que significa su nexo perverso.
La ilusión del amor no puede silenciar más lo que no satisfa-
ce su anhelo porque la consecución sexual no es suficiente.
Líz renuncia finalmente a un juego perdido de antemano. La
artificiosa promoción de la obra del viejo pintor, vaciado de
toda importancia personal, posiblemente la lleve al descubri-
miento indeludible del vacío afectivo que John supone.
JOHN: PASION Y PERVERSION
El personaje encarnado por Mickey Rourke permite ilustrar un
tipo de conducta patológica dentro del marco de la pasión, que
consiste en inducir un estado pasional en la otra persona.Esto,
unido a una serie de comportamientos perversos que exhibe, ha-
cen del rol protagónico de John, una de las vertientes centra-
les para la reflexión psicoanalítica del film. John, apuesto
hombre de negocios, representa muy bién esa coincidencia del
atractivo conjugado con una postura irreverente. Desde el –
comienzo, toda su actitud se organiza para crear una situnwiírl específi-
ca, la sobre-estimulación del deseo a costa de crear un clima
expectante, demandante. En el momento en que la falta está en
su punto álgido, John está allí para mostrar su ilimitable
poder de satisfacción. Es una mirada sonriente, siempre sor-
prendiendo, desconcertando. Todo se organiza en función del
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objeto erótico y los recursos que conforman el escenario se-
xual van a ese objeto, excitando los sentidos, acosando el de
seo hasta llevarlo al súmum. Solo podemos entrever algunos –
aspectos que delatan al aislamiento ó más bién el divorcio
afectivo de John, no solo de su entorno sino de su propio mun
do interno. El tecnicismo de la imagen, el diseco conforme a
un arreglo apegado a un exagerado esteticismo, frecuentemente
presente en el perverso, pueden ilustrar el control frío, cal
culador, ritual casi obsesivo para representar un papel de po
der y de éxito. John lleva a cabo su juego desde el comienzo,
ser imprescindible. Regala un reloj para ser pensado en los
términos temporales que él propone. Quiere jugar a ser obje-
to único, necesitado y la escenificación fastasmática permi-
te leer que, como el niño del carretel de Freud, Líz es el ju
guete que actúa lo que él separa de sí. “Yo lavaré los platos,
cocinaré, te alimentaré, te vestiré en la mañanas, te cuida-
ré”. Ve a Líz como una niñita sexuada con sus zapatos , su
sombrero, y sus cabellos mojados. Y en esta misma linea la
autoriza, la premia, la hace sufrir. No tolera ninguna conduc
ta de ella que no sea la que está pautada en su orden, no res
ponde preguntas. La furia narcisista, cuando ella trasgrede
ese orden, lo lleva a asumir un rol castigador. Es jugar a la
actuación del Edipo donde ella y él representan el deseo in-
fantil amalgamado con las necesidades protectoras que da el
adulto. Es ser sujeto y objeto a la vez para negar la diferen
cia y poder separarse sin temor a ser destruido. Es estar
(sin saberlo) al servicio de controlar los acontecimientos –
traumáticos del pasado.
Líz es una imagen especular de su fantasma infantil, de la –
que espera una complacencia narcisística. En el diálogo que
sostiene con Líz-varón-doble de sí, muestra la búsqueda de
una sentido a su vida. “Lo único que mantiene mi ilusión es
esa chica. Tengo una chica insaciable, es tan caliente”. El
sentido de la vida es asegurar el placer. Sus juegos sexuales
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muestran la vigencia de la perversión polimórfica infantil.
El voyerismo, la degradación, la abundancia particular de ele-
mentos fetichistas evidentes en el tipo de vestimenta, en el
arreglo que exige, son todas expresiones de la creación de un
sistema para sostener su ilusión de poder, disfrazando la ac-
tuación sexual prohibida. Se convierte así en el que inflinge
la castración. Otro es el que sufre, otro es el que demanda y
otro es el excluido.
La perversión se plantea porque la sexualidad no pretende so-
lamente el placer, sino apuntalar una vida carente de estimu-
lo y de sentido. Su discurso así lo afirma: “La vida es gran-
diosa, trabajas y trabajas, ves gente que ni conoces, ni quie
res conocer. Tratan de venderte cosas y tú de venderles a
ellos. Llegas a casa de noche, oyes a tu esposa, a los niños,
enciendes la T.V., y al día siguiente todo se repite”. El –
mundo fuera de lo erótico es vivido como insípido, inútil. –
John habla finalmente, aunque resulta incongruente con el per
sonaje que representa, del abandono de unos padres ajenos a
su existencia y de un medio desconocedor de sus demandas. Es
una justificación de la ausencia para el amor en sus vincula-
ciones. El maltrato del otro también puede tener el sentido
de trasladar fuera de él la vivencia mutilante a la vez que
reproducir la fantasía omnipotente de ser el agente del goce
y del sufrimiento, confirmándose así como objeto de poder. Re
vestir amorosamente a Líz sería necesitar del otro, esperar,
postergar, lo que compromete la valoración del sí mismo. La
búsqueda y el placer narcisista están enmarcados en el éxito
profesional y en el quehacer sexual. El registro de los afec-
tos está allí al abrigo del conflicto. En el terreno sexual
purifica el placer, desea el cuerpo sexuado pero no se vincula con
la persona a quién le pertenece. La actividad erótica lo ocu-
pa, hay una gran inversión de tiempo en la preparación ritual.
Una vez obtenido el goce se aparta de otra forma de relación.
El afecto es disociado porque allí está su fragilidad. John
se recubre de una actitud segura con las condiciones apa-
rentes para ser alguién completo. Su valor es confirmado en
tanto es objeto de necesidad, objeto de amor.
Existir para ella es tener una referencia para su identidad.
Delata su conflicto, cuando no reconoce sus límites y los lí-
mites de ella, cuando niega la incapacidad de bastarse a sí
mismo. No admite iniciativas ni propuestas porque lo ponen al
descubierto, la imposibilidad de prescindir del afecto del
otro. Se condena a una recuperación narcisita de un poder ili
mitado porque no tolera la verdad de la falta y de la incom-
pleto que hay en él. Se muestra como autoposeedor sin necesi-
dad ni de Líz ni de ningún otro. Tiene la ilusión de que ella
nunca podrá faltar, por eso su frase: ” Antes de que cuente
hasta cincuenta habrás vuelto”. No hay el paso que evite la
pérdida. Ella debe ser sustituible, no hay lugar para el due-
lo. Liz es la que representa y llora el dolor de la despedida.
John se mueve en un ámbito de idealización. Magnifica la
sexualidad y preserva un mundo de constante excitación. El
director remarca este aura idealizadora cuando nos muestra –
una ciudad en donde “los sucios sótanos de Nueva York parecen
bodegones de Rembrandt” como acotara alguien. La farsa debe –
continuar para evitar caer en el sentimiento de la nada.
Alicia Leisse de Lustgarten.