Dr. Indalecio Fernández Torres.
Médico-Psiquiatra-Psicoanalista.
Miembro Titular de la IPA, FEPAL y Sociedad Psicoanalítica de Caracas.
Miembro invitado de la Asociación Psicoanalítica de Madrid.
Nuestra actuación en la vida tiene un propósito manifiesto u oculto, es decir encierra algo y no debemos psicologizar nuestra vida, pero en determinadas circunstancias debemos reflexionar cuan decimos o nos dicen “Fue sin querer, queriendo”, por lo general a lo que se apela es a la primera parte de la frase, en la que se quiere reflejar una falta de intención o una falta de percepción, azarosa o no, que plantea una excusa o tal vez la búsqueda de un perdón. La segunda parte de la frase “queriendo”, nos habla de una intencionalidad que puede reflejar vergüenza o una venganza. Toda la frase refleja una escisión, que da pie a una reflexión o al discernimiento, de sí es lo uno o lo otro, o todo lo contrario.
Es decir, lo que hacemos, lo que nos permitimos hacer en la vida diario siempre tiene que ver con un propósito, pero lo interesante del asunto es analizar al servicio de qué está ese hacer, por lo tanto cuando un mortal te salga con la frase de “fue sin querer queriendo” ¿qué te está diciendo o que intenta decirte?.
El perdón considerado como la resolución de la escisión[1] que subyace a manifestaciones como la represalia, desquite, tales como el resentimiento, el ansia de venganza, el rencor, la envidia, la amargura, la culpa y el despecho. Estos estados mentales que indican la presencia de la escisión no siempre son
Como psicoanalistas y terapeutas estamos en la posición de reflexionar y comprender al maltratador como el al maltratado y tratar de entender los roles juegan en lo acontecido. En ocasiones el terapeuta no llega a la comprensión de los hechos. No obstante comprender no justifica, ni excusa, ni otorga impunidad a uno u a otro de los participantes en el hecho.
En estas circunstancias se plantea el afecto tanto en uno como en el otro, ambos son afectados por motivaciones distintas y por emocionan diferentes que los hacen vivir sentimientos distintos. Esto moviliza pensamientos y conductas distintas en cada uno. Todas estas consideraciones hay que tenerlas en cuenta, como en el espacio intersubjetivo en que se gestan.
Esto nos hace considerar la configuración estructural de cada quién, para comprender el desenvolvimiento de él o lo acontecido. La narración de los hechos, plantean una resignificación de lo acontecido.
Podemos reflexionar y comprender pero nunca será justificar, y mucho menos excusar, porque ambos participantes, en cierta medida, son responsables ambos de cómo gestionan sus asuntos, teniendo en cuenta la herencia transgeneracional que tenga, la presión de las circunstancias, sociales, familiares y lo vivido en el decurso de la vida.
Ante el fue sin querer, queriendo, no podemos exigir a nadie que perdone, que olvide o ambas cosas, como tampoco podemos exigir que repare, sublime, supere lo acontecido. Exigir perdón o darlo, puede transformarse con facilidad en una actitud persecutoria hacia el paciente, sea el agresor o el agredido.
Él fue sin querer, queriendo es una paradoja ya que nos plantea el “ya lo sé pero aun así, te maltrato o no te perdono. Aquí el resentimiento se plantearía de ambas partes. Pero puede existir la capacidad de reparar de ambas parte no dando posibilidad al rencor o al resentimiento. Esto nos dice que la responsabilidad debe surgir de ambas partes, porqué sino caeremos en la “banalidad del perdón”.
Estamos en el dilema de cómo se asuma el perdón de ambas partes.
Vemos a maltratadores que, al disculparse, hacen una puesta en escena de un sufrimiento que los convierte, en víctimas, ante esta falsedad aparecen como los agredidos y no hay discernimiento del daño inferido.
Cuando desaparece la banalidad del perdón y se plantea lo que significa lastimar a otro, se abre un espacio que invita a reflexionar sobre el alcance de los propios actos antes de ejecutarlos y de las propias palabras antes de emitirlas. Es decir, recuperar el respeto y la responsabilidad como algo esencial en la convivencia humana.
Las creencias pueden favorecer o ser un obstáculo en la elaboración de un maltrato, ya que las creencias presentan la dualidad de ser abandonada o conservada a la vez, a través de la renegación. La cuál es el primer modelo de todos los repudios de la realidad y es el origen de todas las creencias que sobreviven a la desmentida de la experiencia.
Sostener la creencia de otro puede ser dar por cierto un saber que el otro dice poseer y, por eso mismo, otorgarle poder, someterse, al destino que fue objeto, pudiéndose arrastras así tras generaciones una culpa moral o un odio ancestral que los convierte en mártires. Anidando un resentimiento perpetuo que heredaron. Por lo que en la clínica no sólo hay que valorar lo intra-subjetivo, sino lo inter-subjetivo y lo tran-subjetivo.
“Él fue sin querer, queriendo”, supone suspender temporalmente la lógica de la oposición y de la contradicción para entrar en el terreno de la paradoja y sus posibilidades de tender puentes, porque en ocasiones se da la circularidad en que el maltratador, termina siendo en el maltratado y el maltratado dado su resentimiento nunca otorgará el perdón.
El odio y el amor son inseparables del devenir humano. Es en esta dimensión de las emociones donde se focaliza la intervención del perdón.
El perdón en psicoanálisis, en la medida que supone la dilución del resentimiento, consolida el sentido de la dignidad, refuerza el ser y nos libera de las ataduras con el pasado, nos muestra su utilidad, a la par que se constituye en un instrumento para encarar analíticamente estos complejos sintomáticos.
El perdón comporta un cambio en las emociones en primer lugar y, aunque perdonemos, los sentimientos siguen en nuestro psiquismo como retoños del preconsciente aunque atenuados y contenidos, pero no desaparecerán nunca. Esta presencia preconsciente representa la permanencia de la memoria de lo acaecido y por tanto la predisposición a la reemergencia de sentimientos vengativos.
El perdón, por tanto, es inestable, fluyente, se ha de renovar una y otra vez, en la medida en que las circunstancias, por nuevas agresiones propias o en otros, desencadenan nuevos episodios de odio y resentimiento que obligan a un nuevo proceso de perdón. El perdón se consigue pero se pierde y se debe iniciar una y otra vez.
Se facilita el perdón por el cambio en las relaciones interpersonales, y a su vez promueve una modificación objetal en ellas. El cambio en la relación hace plausible el perdón y viceversa, un inicio del proceso de perdonar conlleva un cambio en esas relaciones.
“Perdonar no es olvidar, se trata de recordar sin rencor. Algo queda que no se puede olvidar”.