Sociedad Psicoanalítica de Caracas

BLOCK DEL ANALISTA/ FENÓMENO SELFIE. PARTE II / II. ANA HERRERA

(Continuación)

Los motivos de consulta más frecuentes son: las del sujeto que padece trastornos depresivos, individuo más bien apático y sin ganas de vivir y, por otro lado, la del sujeto engreído, egocéntrico, manipulador, socialmente destructivo, con gran necesidad de obtener admiración y prestigio sobre los demás. Este último se caracteriza por apelar a un exacerbado exhibicionismo narcisista gracias al cual se muestra como el mejor y decide airear sus pasiones y sentimientos en público. No sólo no tiene ningún tipo de pudor, sino que le encanta exhibirse ante su posible auditorio. Es una persona que aparenta amarse mucho, pero que en el fondo no se ama nada. Por eso busca desesperadamente el aprecio y el reconocimiento de los demás como una forma de compensar el desprecio y poco valor que siente por sí mismo. Los selfies públicos son una forma de alcanzar dicho reconocimiento porque con cada “like” que reciben se sienten aprobados y valiosos. Para el narcisista lo importante es la imagen que proyecta delante de  los demás, independientemente si es real o irreal,

Lo que ha hecho el fenómeno de los selfies y el narcisismo es enfocarse en la imagen de la persona y no en la esencia de ella. Nos ha puesto a la mano un mecanismo que quizá muchos deseábamos tener antes pero que no existía como medio. Todo esto hace que la identidad de una persona ya no descanse en lo profundo de su ser, sino en lo superficial de su imagen. Esto hace que ya no sea importante lo que yo soy, sino lo que yo aparento ser. Es el culto a la imagen personal, que nos lleva a preocuparnos más por nuestra reputación antes que por nuestra personalidad. Nos importa más parecer antes que ser.

 

Hay dos autores que  nos explican cómo es esta sociedad:

  1. Guy Debord quién desde los años sesenta ya nos hablaba que la tecnología y los medios masivos de comunicación hicieron surgir la sociedad del espectáculo. Nos dice “el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediada por imágenes” Al principio nuestro modo de vivir se transformó: del ser se pasó al tener, es decir uno era en base a las pertenencias que poseía. Pero eso evoluciono del tener en parecer: si no aparece a la vista de todos y los otros no lo ven, entonces de poco sirve tener lo que sea. Además internet nos permitió convertirnos a todos en celebridades pues en siglos pasados los famosos eran pocos. Así hoy día la subjetividad se construye abandonando la interioridad y desplazándose hacia la imagen visible de uno mismo, exteriorizada. Para que sea vista, exhibida y observada, y así, provocar un efecto en los demás. De allí se explica la moda del Selfie.
  2. Byung-Chul Han (2013) dice que vivimos en la sociedad de la transparencia, de la hiperinformación, de la hipercomunicación, y la hipervisibilidad. La sociedad de la transparencia es una sociedad pornográfica. Hace de todo una mercancía –mercancía desnuda, sin secretos, entregada a una devoración inmediata. Vivimos, dice Han, en la tiranía de la visibilidad, en una sociedad de la confesión, del desnudamiento permanentes. La sociedad de la transparencia es evidentemente una sociedad del control Según Han, esta sociedad de la transparencia pretende desmontar cualquier tipo de negatividad, convertirse en una sociedad positiva. No hay dialéctica. En facebook uno solo puede clicar sobre: me gusta. No puedo poner: no me gusta. La sociedad de la positividad pretende positivar todo.  Busca, por ejemplo enamorarse sin herirse, sin la dimensión trágica del amor. ¿Pero hay amor sin caída, sin herida? Han dice que por ello aparecen en nuestra sociedad, las enfermedades del exceso de la positividad: el cansancio, el vacío y la depresión.

Así  en las nuevas generaciones ya se observa  el cambio, pues con la cobertura tecnológica que permite inflar su ego, las consecuencias se muestran en una menor capacidad emocional, relacional e, incluso, amorosa. Hay una necesidad de reconocimiento, por supuesto superficial, adictivo y en ocasiones, hasta perverso. Hay un imperativo exhibicionista y voyeurístico; es la era de los reality show, espectáculos de una sociedad más o menos perversa. El  reto de  estos espectáculos es sorprender al sujeto, mostrando siempre más de lo que se había llegado a mostrar, decir cada vez más de lo que se había llegado a decir.  Es llegar hasta la indignidad, hasta conseguir provocar la vergüenza propia o ajena. La sociedad postmoderna goza en  degradar al sujeto. Son tiempos de impudicia, pareciera que el pudor se ha perdido.

El deseo de atrapar la imagen propia fascinó desde siempre, en un intento de capturar el secreto de nuestro ser, de vernos y de darnos a ver. La imagen tiene un valor de realidad que refleja nuestra identidad, que nos da consistencia como personas y comunica a otros quiénes somos. Compartir es parte de nuestra dinámica vital, vivimos con otros y para otros. Su opinión es fundamental para construir nuestra autoestima, definir nuestro lugar en el mundo, alimentarnos de afectos, y también para provocar afectos de todo tipo: valoración, alegrías, envidias.

Hay en la vida momentos de cambios cruciales en que la identidad tambalea y se hace más necesario ver y mostrar la imagen para reasegurar un perfil, una constancia. Por ejemplo los adolescentes que, reconociendo su cuerpo en permanente transformación, pasan horas frente al espejo. Pero todo momento es propicio para dar cuenta de lo que uno es y hace. La época en la que vivimos, cuando la imagen y la exhibición están exaltados por la importancia del consumo, cuando todo tiende a transformase en una vidriera para ser comprado y cuando la fama pasa por el ser visto, hace que esto se potencie. Mostrarse para ser aceptados e intentar recortar la identidad es el modo de ir construyendo y reconstruyendo nuestra subjetividad en una interacción activa. Pero es preciso tener en cuenta que, a pesar del empuje de nuestra época, no somos una mercadería para consumir. Nuestra identidad no se agota en la pretendida perfección de la imagen, que es siempre parcial; somos mucho más que las fotos que nos sacamos.

Por sí mismo los selfies son una forma más de compartir experiencias, divertirte y aligerar el ambiente. También es una excelente forma de incrementar tu seguridad y motivarte en objetivos específicos como mejorar la apariencia personal. El problema viene cuando se convierte en algo obsesivo y narcisista. Mientras todo sea hecho sin excesos y con equilibrio, no haciendo descansar nuestra identidad en nuestra reputación, sino en lo verdaderamente somos, todo está bien.

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