Sociedad Psicoanalítica de Caracas

EFECTOS DEL TRAUMA SOCIAL EXCESIVO EN LA CONSTITUCIÓN PSÍQUICA. LUISA E. ALVAREZ

VIVIR BAJO EL TERROR

Martes 15 de Octubre de 2017 (dos días después de las elecciones para gobernadores en Venezuela)

Hora: 10: 30 am

Salgo de mi lugar de trabajo en búsqueda de un café. Camino por la avenida que me es tan familiar y en donde me siento reconocida. La mirada de los otros  es acogedora, sin embargo no puedo dejar de sentir el deterioro que la ha ido minando desde hace unos años. La familiaridad pronto desaparece; a unos cuantos metros veo un camión de basura con su contenido regado en el piso y una escena que me paraliza: un grupo de personas ataca a un joven muy delgado, quien se encuentra tirado en el piso recibiendo las patadas de algunos mientras otros observan. Mi primer impulso es correr y detener a los agresores pensando que el joven puede morir dada la violencia ejercida por aquellos que lo golpean. Pero me detengo presa de un sentimiento de miedo y pienso ¿y si me golpean a mí?

Una joven se aproxima y le pregunto qué ha sucedido y me contesta “la turba detuvo al muchacho porque le robó un celular a alguien”. Sus palabras me sorprenden puesto que ella identifica con las mismas la perdida de la subjetividad de los que participan en el hecho. Son una turba. A continuación me dice” lo querían meter en el camión de basura y triturarlo, pero  el chófer se bajó y gritó que a él no  se lo iban a meter en su camión”. No hay un reconocimiento del otro, es  un objeto, no es un sujeto que pueda ser mirado como un semejante.  La joven continúa su camino  sin mayor turbación; yo permanezco detenida incapaz de actuar. En ese momento observo que se acercan un par de motocicletas policiales y pienso que ellos podrán  detener la situación, como efectivamente sucede. Logro caminar y al pasar veo varios de esos rostros familiares que me han acompañado en los años que llevo trabajando allí, mis vecinos de recorridas en la avenida que me ha sido tan acogedora. Observan  la situación y en uno de ellos creo detectar una mirada de placer.

La policía detiene la golpiza y yo continúo mi camino en búsqueda de un café o más bien de una respuesta. Aturdida llegó a la cafetería y el señor que siempre me atiende me relata el hecho, el cual observó de primera mano…” el joven le arrebató un celular y una gorra a un transeúnte y las personas que se encontraban alrededor lo atacaron”. Mientras él prosigue su relato pienso en el doble delito,  el robo y la agresión posterior de aquellos que se convierten en ejecutores de la ley. Pero sólo el joven es inquirido por la policía. Y el señor que siempre me atiende me dice” no va a pasar nada, no hay evidencia, el celular se le cayó y  no lo tiene encima. Alguien  se lo llevó y el tipo al que robaron se fue corriendo. La policía lo va a soltar, siempre es lo mismo”. ¿Y los atacantes no están infringiendo la ley me pregunto?  Sin respuestas observo la situación desde lo lejos. Poco a poco se va disolviendo la turba; los policías están  solos con el joven. A los pocos minutos lo dejan ir.  Finalmente lo puedo observar cuando con la ropa hecha jirones, magullado,  delgadísimo camina hacia el Este. Tiene el rostro desfigurado de los golpes recibidos, ya no tiene cara. Pienso “ya no es un sujeto” y ahora me pregunto ¿es que acaso alguna vez lo fue?

Regreso a mi consultorio con una sensación que no puedo procesar. Sin embargo, yo también continúo como si nada.

 

Hora  6:00 pm

He terminado mis labores del día. Cuando llegó a la planta baja veo a la conserje del edificio, otra de esas miradas familiares que me hacen sentir acogida. Me comenta los sucesos electorales y me dice “estos tipos nos hicieron trampa, todo está horrible…” y luego de un pequeño silencio me pregunta con angustia “¿madre que vamos a hacer?

A raíz de su pregunta comienzo un proceso de reflexión acerca de lo que ocurre cuando el trauma social es de tal envergadura cómo el que estamos viviendo. Su pregunta remite a dos aspectos, uno primero que se refiere al acto (el agieren freudiano) es decir cómo responder ante una situación que nos coloca en un lugar de desvalimiento, de desamparo. Pero también remite a una pregunta por la subjetividad, puesto que oigo en ella también la interrogante de que vamos a SER, es decir cómo vamos a subsistir y cómo vamos a constituirnos como sujetos ante el trauma y la violencia que nos azotan. Y sobre todo ante una Ley que no es la ley simbólica, sino que es la del registro imaginario: “ojo por ojo, diente por diente”.  Escucho el pedido de la contención de una figura que nos permita- a través del encuentro- poder hacer el lazo representacional de una vivencia traumática para poder metabolizarla. Es decir un lazo que una la cosa con la representación y que a través de la palabra pueda contener el acto. Nos encontramos ante una situación traumática distinta al trauma de la sexualidad, del incesto, de la seducción.  Es el trauma que como lo define Ulriksen de Viñar, (1997) ataca el vínculo social, destruyéndolo y como consecuencia se desmoronan  las estructuras psíquicas intermedias que  sostienen el trabajo representacional y la memoria.  La palabra pierde su cualidad representacional, queda desligada por el efecto de la pulsión de muerte, que al no estar contenida por los representantes simbólicos (instituciones, función paterna y materna) produce una tendencia primero al acto como vimos en la primera parte del relato y luego a el silencio. Un silencio que no es aquel que permite el pensamiento y la presencia del otro. Es el silencio del miedo, del terror, de la muerte.

Por lo tanto no se generan experiencias, se genera espanto. Se genera TERROR

Considero que en la actualidad vivimos un terrorismo de estado. A través de la deprivación sistemática del sujeto, éste se ve envuelto en situaciones en la que  no hay posibilidad de pensar. Con hambre no se piensa, con  desamparo no se piensa. Y  el vaciamiento del lenguaje solo  puede conducir a una desaparición del sujeto en su cualidad de otro, de un alter que tiene una voz que se pueda escuchar. Lo que aparece es el grito de angustia, como el del  bebe que pide a la madre que ejerza su función reverie para tramitarla. Pero ¿madre que vamos a hacer/ser?  Citando a Shakespeare  “¡Desventurada tierra! Tiene miedo de sí misma, Ya no podemos llamarla madre si no nuestra tumba”  (Macbeth acto IV escena III)

Pasamos de la madre patria a la madre tumba en donde se pierden todas las funciones tanto de contención como de institución simbólica. En el terrorismo de estado se vive en desamparo y se pierde lo que se conoce coma la palabra fundamental que hace existir las cosas psíquicas (Piera Aulagnier). No hay nominación posible puesto que la palabra no tiene representación o ésta   lleva un mensaje contradictorio imposible de tramitar.  A la entrada del campo de concentración de Auschwitz se podía leer en el arco metálico “el trabajo hace libre”. La libertad en el campo se obtenía a través de le  muerte y en los campos los sujetos eran cosificados, un número los identificaba, perdiendo así no sólo su nombre sino todo aquello que representa la posibilidad de historizarse como un sujeto vinculado con un otro que afirma su existencia. Es el  terror sin nombre. Pero no tenemos que ir tan lejos, lemas como “Patria Socialismo o Muerte”, “Laboratorios de Paz”,  “Chávez vive y Chávez eres tú” son mensajes en los que la palabra al no tener la posibilidad de la representación por el efecto traumático  de la destrucción no puede transmitir la vivencia traumática y por lo tanto no puede ser elaborada por el sujeto.

¿Qué sucede entonces cuando se pierde la posibilidad de la representación simbólica y la ligadura pulsional? Estos contenidos intramitables son clivados, escindidos de la trama psíquica por lo que se produce la desmentida del hecho violento o la banalización del mal. Así mismo, el cuerpo vaciado de palabra es el lugar para el acto. Y además como bien sabemos el cuerpo es el objeto de la pulsión. Ese cuerpo sin nombre en el que se da el terror. El muchacho hecho jirones, no solo en su ropa sino en su subjetividad. Se establece entonces un pacto de renegación (René Kaes) en donde el sujeto se sostiene en una zona de desconocimiento de los aspectos dolorosos de la realidad y se logran ciertas identificaciones básicas con el discurso alienante que permiten una suerte de subsistencia psíquica frágil. El sujeto no es sujeto ya que la  palabra no lo nomina, no le da la atribución necesaria para la existencia (Freud 1925). Día a día escuchamos las cifras de los homicidios o las muertes que se producen por el hambre y la falta de seguridad social. Día a día van perdiéndose los nombres de las víctimas gracias a la acción sostenida del terror.  Números como los de los campos de concentración

La subjetividad refiere  a la alteridad. No hay sujeto sin otro que lo reconozca en su diferencia. Y la alabe. “Te amo porque eres como yo pero  porque no eres como yo”. Ese es el discurso de la castración, del registro simbólico  y de la renuncia pulsional. Cuando la alteridad y la diferencia son percibidas como peligrosas, comienza el ataque sistemático de las mismas. Y el ataque es a la representación y al lazo social. Sin representación de palabra (es decir sin el aspecto simbólico que lleva el discurso) no hay lazo social posible, no  hay grupo sino masa o turba. Un amasijo de cuerpos que no tiene la contención que da la Ley en su carácter  de regulador de la pulsión y  en donde sólo aparece el exceso.

El exceso aparece en el acto y en el fanatismo. El acto como la puesta en marcha de la descarga pulsional ante el terror (la violencia que observamos en las calles todos los días), el acto del silencio que implica un no hacer y darse la vuelta ante el horror y en el fanatismo que a  través de un discurso vacío produce una pseudo existencia subjetiva. Entonces la frase de “te amo porque eres como yo pero porque no eres como yo”  se convierte en “te amo porque eres como yo y solo si eres como yo”. Es el atrapamiento del discurso totalitario y del discurso del terror. No hay entonces sujeto posible, sólo aquel que es igual existe. Pero la paradoja radica en que en la igualdad prevalece la pulsión de muerte y como en los campos de concentración la muerte es el destino. Quizás no la muerte del cuerpo (aunque hay en el país una eliminación del cuerpo de los venezolanos  a través de la delincuencia y la falta de seguridad social) pero si la muerte psíquica. Estos aspectos clivados se convierten  en zonas de no tramitación de las huellas del trauma. Estas zonas sin inscripción quedan como agujeros en la trama psíquica que pueden ser transmitidos en el discurso transgeneracional con un efecto de silencio en las siguientes generaciones y como un aspecto que no al no ser registrado no produce la huella mnémica necesaria para el relato. Somos entonces pueblos sin memoria, sujetos con agujeros en la trama psíquica que no permiten elaborar, solo actuar. Repetimos porque no recordamos nos dice Freud, pero no en este caso porque    los contenidos no son reprimidos, sino porque no tienen inscripción. Torok y Abraham llaman a estos espacios criptas (1987) ya que están ocupados por el silencio de la pulsión de muerte y por la no ligazón y lo que se transmite en el discurso es el desconcierto, lo no representado. Como cuando un muerto  es presidente de la nación. Ese muerto que ocupa la cripta nos llena de silencio, de agieren  sin sentidos, de repeticiones mortales. Lo no representado, lo no inscrito nos sitúa también en una relación temporal peculiar. En tanto las representaciones no son posibles, la experiencia subjetiva del tiempo no se da. Se vive en una especie de presente continuo, en donde se alaba un pasado que no existe y un futuro que no está.  La historia comienza en el momento en que comienza el terror y al mismo tiempo acaba el día que comienza el terror.  Un sobreviviente anónimo de Auschwitz relata “Quien nunca estuvo en Auschwitz nunca terminará de entrar, quien sí estuvo nunca terminará de salir”. El tiempo eterno de lo no representable y la dificultad de la transmisión del trauma excesivo para las siguientes generaciones. (Como aquellos que niegan el Holocausto y como los países vecinos que niegan la situación venezolana)

Lo anónimo del sobreviviente también nos habla del efecto de la desligadura que ocurre en los sujetos afectados por el trauma del terrorismo de Estado.  Se pierde la posibilidad de hablar desde el lugar del yo y se habla desde un lugar de no existencia, de la anomia cuando se puede hablar.  Sólo UNO puede hablar y es aquel que detenta el poder.  Y solo en su nombre se puede actuar. Todo aquel que quiera hablar desde su nombre debe ser eliminado porque representa aquel que se ubica en el lugar de la diferencia, del pensamiento  y por lo tanto de la ley en su registro simbólico. En tanto diferente se existe y por lo tanto se sale del registro del narcisismo de muerte. Porque tener nombre es ser otro. Es salir del lugar de la no existencia. El sobreviviente de Auschwitz nunca logró salir y por lo tanto no recuperó su nombre. El mal triunfó.

Pero vuelvo a la pregunta inicial que se me planteó con angustia: ¿Madre, ahora que vamos a hacer/ser?  Tenemos que continuar haciendo lo que como psicoanalistas y como ciudadanos hemos venido haciendo. Ser garantes de la palabra, reconocer y alabar la alteridad, reconocernos en la mirada del otro y aplaudir nuestras diferencias. Ponerle nombre a aquellas situaciones que han quedado sin representación. Escribir uno a uno los nombres de todos aquellos que han sufrido los estragos del terror. Darles el cobijo de la palabra que contiene, de la palabra que simboliza, de la palabra ligada. Poder relatar la historia desde nuestra subjetividad.

Cierro una vez más con Paul Auster quien nos dice “el lenguaje no es la verdad, pero es nuestra manera de residir en el mundo”

 

 

 

 

Caracas 18 de Noviembre de 2017

Luisa Elena Alvarez

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFIA

Abraham,N y Torok, M (1987) La corteza y el núcleo. Amorrotu editores, Buenos Aires 2005

Berenstein, I (2011) La relación entre nos-otros: alteración y autorización. Psicoanálisis  Vol. XXXII No 1, 2011.

 Bergallo,A   Algunas reflexiones psicoanalíticas sobre el nepotismo, el poder y el malestar en la cultura (consulta en línea)

Grinberg de R,  M (2010) Huellas de lo traumático y sus efectos en la subjetividad. Auschwitz. Premio Comunidad y Cultura Fepal, Septiembre 2010. Bogotá, Colombia.

 Lutenberg, J .Malestar en la cultura contemporánea. Lo siniestro. (Consulta en línea)

Reyes, María T. (2013)  Excesos: las formas actuales del malestar. Revista Calibán, Vol. 11,  No 2, año 2013

 Valenti Greif, L  (2004)  Jóvenes violentos, niños deprivados. Implicación en la construcción de la subjetividad. XXV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis, Guadalajara México, Sep. 2004 (consulta en línea)

Viñar, M (2011)  El enigma del traumatismo extremo. Notas cobre el trauma y la exclusión. Su impacto en la subjetividad. Rev. Uruguaya de Psicoanálisis  (consulta en línea)

 Ulriksen de V, M  (1997) Notas para pensar el terror de estado y su efecto sobre la subjetividad. Revista Uruguaya de Psicoanálisis 1997  (consulta en línea)

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