Sociedad Psicoanalítica de Caracas

BARRICADAS SOBRE EL DIVAN. LA DIFICULTAD DEL PENSAMIENTO Y EL ENCUADRE. DANIEL CASTILLO

Barricadas sobre el diván. La dificultad del pensamiento y el encuadre1.

Daniel Castillo Soto2

“El escenario político del país se ha abierto camino en el diván, la realidad entra en los consultorios, entretejiéndose en el lenguaje habitual del conflicto” (Leisse, 2003).

 

Resumen: el presente trabajo da una mirada a la práctica del psicoanálisis durante la convulsa situación político social de Venezuela durante parte del año 2017, en medio de una fuerte oleada de protestas contra el gobierno nacional que fueron duramente reprimidas. Se consideran especialmente las dificultades para el ejercicio clínico, tomando en cuenta los factores inherentes a la interferencia producida por el contexto en el aparato psíquico del paciente y del analista, y cómo la crisis influía en el devenir de las sesiones. Así mismo, se toma en cuenta la constante alteración del encuadre y la necesidad de ser flexibles en la medida que la realidad lo exigía y considerar algunas medidas alternativas para poder asegurar la continuidad de los tratamientos.

 

Summary: the present article looks at the psychoanalysis practice along the convulsive political social situation of Venezuela during part of the year 2017,  in the midst of a strong wave of protests against the national government that were severely repressed. The difficulties for the clinical practice are especially considered, taking into account the factors inherent to the interference produced by the context in the psychic apparatus of the patient and the analyst, and how the crisis influenced the evolution of the sessions. Likewise, it takes into consideration the constant alteration of the analytic frame and the need to be flexible when reality demanded it, considering some alternatives resources to assure the continuity of the treatments.

 

Ante la situación momento – país que vivimos, se plantean nuevos retos para la práctica y sostenimiento de nuestro oficio. Surgen, así mismo, nuevas interrogantes, que no necesariamente encontraran una respuesta inmediata, pero que en el fondo nos cuestionan sobre qué hacer cuando nos enfrentamos a un escenario de constantes dificultades que parecen poner en peligro la estabilidad mínima necesaria para poder ejercer el psicoanálisis. ¿Hasta qué punto es posible continuar? ¿Cuándo es necesario y oportuno parar frente a la contingencia, a veces potencial de una situación de calle riesgosa, aunque no necesariamente se presente en nuestra zona de trabajo? ¿Cómo manejamos la incertidumbre –nuestra y del paciente- ante los eventos que se suscitan?  ¿Qué podemos o debemos decirles en situaciones como estas cuando la realidad ha traspasado las puertas del consultorio y muchas veces se demandan respuestas concretas? Y sobre todo, ¿hasta qué punto consideramos y ponderamos la realidad externa sobre la realidad interna, psíquica, la del inconsciente? ¿Estaremos fomentando resistencias y quedándonos anclados en ellas como una especie de contra resistencia del analista? o por el contrario ¿estaremos actuando apegados a una ética y razón coherentes, trabajando angustias que mantienen desbordado el pensamiento, que en ese momento está tan interferido que simplemente no puede elaborar nada más?

Estas son tan sólo algunas de las preguntas, quizás, sin respuesta posible, que se abren ante escenarios como los que hemos vivido recientemente durante la más cercana oleada de protestas contra el gobierno que estuvieron acompañadas de una intensa crisis política, institucional y social y de una amplísima y cruda violencia dirigida desde el aparato represor estatal. El nivel de violencia vivida entre los meses de abril a julio, así como la cantidad de personas fallecidas, parece no tener antecedentes, sin embargo,  no ha sido la primera de estas situaciones en los últimos 19 años y difícilmente sea la última. Los años 2002 – 2003, 2007 y 2014 figuran como la memoria histórica más inmediata.  La experiencia venezolana merece documentarse desde todas las aristas, y por supuesto resulta importante dejar por sentado lo que hemos intentado y hemos logrado hacer para el mantenimiento y rescate del oficio y de nosotros mismos como analistas. Tenerlo presente ayuda a pensarnos y a valorar los grandes esfuerzos que se hacen para preservar la individualidad y el libre criterio, aún en tiempos de autoritarismo.

  1. Las barricadas sobre el diván.

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, defina una barricada como un “Obstáculo levantado en la calle con objetos diversos para impedir el paso o parapetarse  tras él, especialmente en revueltas populares” (RAE, 2017). Poco más que agregar. En la analogía que acompaña el título del trabajo, hemos querido resaltar dos aspectos en particular: en primer lugar, su condición de obstáculo, la barricada como sinónimo de la protesta, impidiendo el libre tránsito, tanto de vehículos, de los represores, como de las asociaciones y del fluir de lo intrapsíquico en las sesiones. En segundo término: recoger la idea de cómo la calle hace presencia en el consultorio, de como la situación social se hace lugar en el espacio analítico. Así, esta forma figurativa de las barricadas sobre el diván, condensa elementos que a la vez hacían presencia real en diversas calles de Caracas y del resto del país, a veces por convocatoria de los partidos políticos y otras tantas de manera espontánea, siempre bajo la acepción de “trancazos” y no tiene otra intención que la de ilustrar las dificultades para el pensamiento y quehacer analítico a lo largo de los meses de protestas de este año.

Como una “situación de trauma psíquico colectivo y continuado”, describió nuestra Sociedad al contexto producto de la inestabilidad y violencia sociopolítica que se vivió entre los años 2002 y 2003 en el país (SPC, 2003). Algunos analistas argentinos, por su parte, no vacilaron en catalogar el drama socioeconómico vivido en su nación entre 2001 y 2002 como una catástrofe social. En palabras de Berenstein (2003), llamamos catástrofes a sucesos que alteran un orden supuestamente regular, produciendo un efecto grave. Su irrupción contradice lo cotidiano y tiene un surgimiento exterior a lo psíquico, con un carácter brusco, imprevisible e impensable, trayendo como consecuencia la imposibilidad para representar y ser asimilada, procesada, por la mente, que se verá forzada a inscribirle, haciéndole un lugar donde no lo tiene. En Venezuela, hemos vivido durante los últimos años, ya casi dos décadas, una especie de catástrofe social continuada, en la cual hemos perdido valores, referentes y un orden previamente constituido y consentido por la convivencia democrática, dándose paso a tiempos de fuerte inestabilidad, donde la libertad está constantemente cuestionada. Durante este tiempo, han existido períodos de mayor calma, donde aparentemente “no pasa nada” y algunos aspectos de la vida cotidiana transcurren con relativa normalidad, y otros de mucha agitación y convulsión social, en los cuales, la incertidumbre reina a cada instante y la angustia colectiva por lo que está sucediendo y lo que tememos, o deseamos, esté por venir, según sea el caso, invade cada rincón.

En los eventos vividos entre Abril y Julio de este año, estuvimos sometidos de forma continua a sucesos del orden traumático, del horror, de lo cruel, de la maldad. Pensar en una práctica tradicional viable, estando inmersos en hechos como los acontecidos resulta casi imposible. Analistas y analizados,  cada uno desde su perspectiva, inmersos en la misma realidad, cercados por las mismas angustias, procurando trabajar cuando la realidad externa y unas mínimas condiciones de seguridad y movilidad, lo permiten.  Fuera del consultorio, y como una vorágine sin fin, una serie de acontecimientos que no pueden resultarnos ajenos, en escalada invaden las calles, las redes sociales y algunos medios de comunicación que se atreven a relatar los hechos que se suscitan.

Ante una realidad difícil de negar o incluso de desmentir, y mientras el autoritarismo y el abuso del poder intentan imponerse desde el lugar del Amo, donde la individualidad y la alteridad, el poder disentir, representan un gran riesgo para el sistema opresor, la práctica del psicoanálisis aparece casi como una tabla de salvación, como un baluarte de la propia subjetividad, del libre pensamiento y del intento de poner cierto orden psíquico ante el caos aparente que nos devora. No obstante, la misma situación impuso dificultades para la simbolización y la continuidad de los tratamientos. Mediante un esfuerzo gigantesco, la práctica hubo de adaptarse a un escenario, casi de guerra, para poder sostenerse dando lugar a lo que ocurría, procurando no perder su esencia, pero sin dejar de estar en sintonía con la propia vivencia de los pacientes, pues no podía seguirse como si nada pasara en medio de una burbuja artificial.

Por más que pudiese sonar inspirador, ¿hasta qué punto sería sano hoy en día verse reflejado en los intentos casi épicos de Freud por seguir trabajando durante la primera Guerra Mundial?, ¿o en aquellos esfuerzos más arduos de continuar escribiendo y analizando en una convulsionada Austria que tanto desde lo político como lo económico sufría los embates de la crisis europea, que precedió a la anexión de Austria al Tercer Reich, siempre temida y a la vez negada por el fundador del psicoanálisis? (Gay, 1989). Otro ejemplo de esta situación, sería el recordado análisis de Klein en el caso de Richard (Klein, 1961), donde evacuados y reubicados producto de los bombardeos de la 2da guerra mundial en 1941, esta brillante analista se esforzó por seguir interpretando fantasías profundas del pequeño, en medio del conflicto bélico. ¿Son estas, muestras del empeño en hacer posible el oficio imposible aún en medio de las peores circunstancias?

  1. Dificultades para el pensamiento

Un aparato psíquico interferido, sometido a la vivencia traumática constante fue el factor común en la mayoría de los tratamientos en curso. Lo traumático refiere al orden de lo económico, de una cantidad excesiva de energía que ingresa al aparato psíquico y que no es posible procesar, pues nuestro Yo se ve rebasado por la cantidad e impacto de los contenidos emergentes que aparecen uno tras otro sin parar y ante los cuales no resulta funcional ninguna barrera anti estímulos; se ha alterado la estabilidad del sistema y han emergido nuevos contenidos que deben tramitarse. Ante la muerte constante, la violación flagrante de los derechos humanos por quienes están llamados a proteger y servir y la pérdida de referentes de la propia seguridad personal, surgen angustias primarias de carácter persecutorio y el temor intenso a ser devorado por la estructura frágil de un país que colapsa y se derrumba.  El miedo se hace presente en el discurso de los pacientes en todas sus formas, desde elementos identificados desde lo consciente, hasta el pánico más intenso casi imposible de nominar y simbolizar.

El discurso cambia, se torna evacuativo, poco elaborativo y suele contener vivencias relacionadas con la crisis social que se vive. Son experiencias del orden de lo real, que buscan ser procesadas para poder inscribirse en la realidad (Lander, 2003), por lo que parece mezquino y desafortunado achacarlas a meras resistencias, requieren un espacio para poder ser pensadas y significadas. Surgen interrogantes que, como quien blande un bastón en un cuarto oscuro, intentan descubrir un lugar seguro al cual asirse: ¿irse o quedarse?, ¿venir a sesión o permanecer resguardado en casa? Cuando las principales angustias de nuestros analizados van en torno a cómo preservar la vida, incluso la continuidad del análisis corre peligro. La crisis pone a prueba la estructura psíquica y los mecanismos de defensa: el encuentro de lo traumático con el aparato psíquico no es uno sólo, existen tantas experiencias como sujetos participando de la situación. Benyakar (2007), indica que no son necesariamente “las características de la situación las que determinan lo traumático, sino el particular encuentro entre una situación y la especificidad con que un determinado psiquismo la vivencia”.

Así, a la vez que unos intentan rescatarse, pensar y tratar de elaborar lo que sucede desde su propia subjetividad, aparecen reacciones que pueden parecen sorpresivas pero que en el fondo son propias de mecanismos maníacos que a su vez intentan resguardar al sujeto de la crudeza de la realidad: algunos, pocos, no hablan de lo que ocurre, e intentan proseguir como si nada, otros, intentan banalizarlo, restarle importancia e incluso, lo que a mi parecer es más riesgoso, pasados varios meses del inicio del conflicto, aparecen intentos de naturalizar la situación indicando que se trata de una experiencia más en la interminable lista de pleitos contra el gobierno, que igualmente parecen no llevar a nada. Estas reacciones no son de extrañar, a veces son el único recurso para poder sobrellevar el relato del terror que se vive. Viñar (1987), señala que quien está en el medio del terror no busca el saber, o de la inteligencia, sino estrategias que le permitan continuar viviendo a  él o sus ideales. Un terror subjetivo, que expresa es siempre vivido en el agobio o en el embotamiento y no en el saber iluminado.

 

Mientras que para el paciente han surgido nuevos contenidos que desplazan a los anteriores, los del orden de lo interno, de lo intrapsíquico, y de sus relaciones de objeto, para el analista se presenta un doble reto: debe lidiar con sus propias angustias y temores, pues comparte una realidad común con el analizado y a la vez intentar ubicarse en su posición analítica, intentando reorganizar la realidad de su interlocutor, que acude desbordado (casi) en búsqueda de auxilio. Ayudar a elaborar, a procesar, a conectar partes de la realidad externa con elementos del mundo interno del paciente, intentando mantener la alteridad, la abstinencia, la neutralidad y la asimetría no parece una tarea sencilla cuando la incertidumbre aparece en un terreno común para ambos. Es difícil ejercer el oficio en estas circunstancias, sobre todo si somos capaces de reconocer que también nosotros nos hemos visto igualmente afectados. Si lo planteado por Bion, como la función continente del analista (Abadi, s.f.) llega a interferirse es porque no sólo nuestros pacientes, sino nosotros mismos, hemos quedado a merced de una serie de elementos Beta que no se han podido procesar ni transformar. De ese modo no hay sostén ni práctica posible y la función salvadora del psicoanálisis como espacio de pensamiento ha quedado paralizada y anulada; pienso que el evitar caer en este lugar y poder estar disponibles para el trabajo en nuestra práctica privada e institucional ha implicado un duro reto de cada día a lo largo de los últimos meses, sobre todo, porque más allá de ello, ha debido ponderarse un equilibrio entre la realidad externa y la interna, entre las dificultades fácticas y las resistencias, entre proseguir los procesos personales y atender la presencia extramuros de hechos escandalosos e imposibles de ignorar.

III. El encuadre…

     Por si fuera poco las dificultades no se quedan únicamente en el extravío de la capacidad asociativa y elaborativa del paciente o en la interferencia del aparato psíquico del analista. Aún con el mayor esfuerzo, entusiasmo y disposición para dar lugar a la tarea propuesta, ambos miembros de la pareja analítica, debieron luchar contra nuevos obstáculos.  Se hacía necesario sortear escollos de movilidad, vías cerradas, proximidad del consultorio a zonas de mayor conflicto, y sobre todo, procurar una seguridad mínima para poder atender sin ser víctima de un enfrentamiento cercano o gases lacrimógenos.

Sesiones canceladas para poder “asistir a las marchas”, otras tantas reprogramadas, y muchas otras atendidas por medios a distancia como el teléfono o las videollamadas por internet formaron parte del escenario de esos días.  El encuadre hubo de ser replanteado para poder adaptarse a la contingencia, el encuentro presencial dio paso a una llamada, a veces de voz, a veces con cámara, que sin embargo intentaba reducir al máximo las distancias físicas, más no analíticas. Se hacía difícil poder trabajar todos los días, cuando particularmente las tardes de los lunes y los miércoles eran las de mayor conflicto, y más aún poder mantener tratamientos de alta frecuencia.

¿Hasta dónde resultaba viable y necesario una flexibilización de algunas normas previamente establecidas al formular el contrato? ¿Cuánto de esto correspondía a petitorios razonables y cuánto obedecía a las resistencias? ¿Cuánto interpretar? Si el analista logró llegar y trabajar, pero el paciente no pudo o no quiso hacerlo por temor, o por imposibilidad de traslado, ¿cómo se debía proceder con los honorarios perdidos? ¿Por qué algunas de las personas ese día sí asistieron y otras no, aún cuando la situación externa era muy similar para todos? Como se puede apreciar, el terreno de lo incierto también invadió el espacio de la técnica. Algunos de estos cuestionamientos, que estuvieron presentes diariamente parecen referir a ella y otros a la ética de ambas partes.

Lo vivenciado permitió observar diversas reacciones de los pacientes ante la situación. Algunos, ya en resistencia desde antes, aprovecharon el cierre del Metro, vías de transporte o las protestas en zonas cercanas al consultorio, para tener la excusa perfecta y decidirse finalmente a abandonar sus procesos respectivos, sin darse la oportunidad de trabajar e intentar vencer las resistencias; otros se aferraron a lo virtual, a la conectividad posible gracias al 2.0: las videollamadas, así como al teléfono, e incluso algunos prefirieron continuar esta modalidad por algunas semanas, no sin dejar de considerarse desde lo resistencial en algunas ocasiones. Otros tantos, hicieron esfuerzos importantes por proseguir en modalidad presencial a pesar del peligro que a veces implicaba su traslado, incluso a veces a pie, a través de zonas convulsionadas, aunque en ese momento en el área cercana al consultorio no ocurriese nada.

Con los horarios, frecuencia e incluso la presencia interferida, y las dificultades para la asociación y la escucha ya previamente descritas, otros aspectos de la técnica también se debieron cuidarse, como la neutralidad y abstinencia frente a diversos comentarios de índole político, que más que un espacio de escucha, pedían una especie de asociación partidista, bien para apoyar, o para criticar lo que sucedía, para acusar a unos o exigir acciones más radicales de parte de otros. En ocasiones también fue necesario lidiar con comentarios relativos a pacientes que habían podido verle a uno en una determinada manifestación y cómo no permitir que esta situación tomara el espacio de toda la sesión obturando el pensamiento e interfiriendo con el trabajo analítico, pudiendo rescatar la transferencia y señalar las identificaciones cuando resultaba pertinente.

A manera de cierre.

A lo largo de los últimos años, el escenario político del país irrumpió en los consultorios, y en momentos de crisis social aguda, hemos debido adaptar nuestro modo de funcionamiento, nuestro encuadre y nuestra técnica ante la realidad desbordante frente a la cual no podemos hacernos la vista gorda.  Resistir en tiempos de autoritarismo más que un reto parece una obligación; en palabras de Marcelo Viñar (1987), ante el terror, “el psicoanálisis se hace necesario como trabajo de palabra, no único pero privilegiado, y a partir del cual la reconstrucción de la historia será posible”; el autor apela a lo subversivo de nuestra práctica frente a dogmas impuestos por la lógica del poder dominante.

 

Para lograr escribir estas líneas, fueron de lectura obligatoria experiencias de años pasados en Argentina, Uruguay y la nuestra propia, cuando apenas este aparatoso devenir político social comenzaba hace unos 15 años. Esperemos que en un futuro cercano las vivencias recogidas hoy puedan dar memoria de lo sucedido, pero no desde un presente continuado, sino desde el pasado superado, formando registro de los esfuerzos que entre todos emprendimos para luchar porque el espacio del psicoanálisis continuara siendo una práctica posible, aunque el discurso político se empeñara en la desubjetivización de los ciudadanos, sobre todos de aquellos no identificados con el pensamiento de las esferas de poder.

 

Referencias

 

Abadi, S. (s.f.). Una teoría del pensamiento, Wilfred Bion.

Benyakar, M. (2007). Lo traumático, lo ominoso y el trabajo del duelo. Imago Agenda 113. Recuperado el 11 de noviembre de 2017 de: http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=180

Berenstein, I. (2002). Los Haceres y los espacios psíquicos. En Waisbrot, D.; Winkinsi, M.; Rolfo, C.; Slucki, D. y Toporosi, S. (2003). Clínica Psicoanalítica ante las catástrofes sociales. La experiencia argentina. Buenos Aires: Paidós.

Gay, P. (1989). Freud. Vida y legado de un precursor. Barcelona, Paidós Ibérica: 2010.

Klein (1961). Relato del psicoanálisis de un niño. Melanie Klein Obras Completas, tomo IV. México D,F.: Paidós, 2008.

Lander, R. (2003). Los efectos de la incertidumbre política y la violencia social en el proceso analítico. Revista de Psicoanálisis, 11 (1 y 2). Pp. 44-51.

 

Leisse, A. (2003). Los analistas en marcha. Trópicos, Revista de Psicoanálisis, 11 (1 y 2). Pp. 60-62.

 

Real Academia Española (2017). Barricadas. Recuperado el 11 de Noviembre de 2017 de: http://dle.rae.es/?id=58MpqOv

 

Sociedad Psicoanalítica de Caracas – SPC (2003). Mensaje de ayuda psicoanalítica para los momentos actuales. Trópicos, Revista de Psicoanálisis, 11 (1 y 2). Pp. 7 – 12.

 

Viñar, M. (1987). El terror subjetivo, el lugar del psicoanalista. En Viñar M. y Viñar M. (Comp). Fracturas de Memoria: Crónicas para una memoria por venir. Editorial Trilce: Montevideo, 1993.

 

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